
En tiempos no tan lejanos la separación de hombres y mujeres en determinados lugares era un hecho. Sabemos que en la iglesia y en el teatro se sentaban en lugares diferenciados, pero dentro del propio hogar también se daba esta costumbre. La sala de estrado constituyó una parte esencial de la vivienda española durante siglos. Nos encontramos ante el espacio doméstico destinado a la señora, donde recibía a sus visitas, cosía e incluso comía. El estrado consistía en una tarima (que podía estar delimitada por una barandilla) de madera o corcho cubierta por esteras de junco o alfombras. Sobre la tarima se disponían los almohadones que servían de asiento (las mujeres se sentaban en el suelo por herencia árabe sobre todo en Andalucía). Para que el ambiente resultara más agradable, en invierno se calentaba con braseros (dentro de los cuales se metían huesos de aceituna para perfumar), mientras que cuando el calor apretaba se colocaban recipientes con agua perfumada para refrescar el ambiente.

El estrado era común a todas las clases sociales variando sus dimensiones y las piezas que lo decoraban, lógicamente según las posibilidades de cada familia. Según nos cuentan las fuentes de la época, las damas se visitaban por la tarde con el fin de charlar de modas y cotillear todo lo que fuera posible (las costumbres no han cambiado tanto), mientras merendaban chocolate caliente sentadas sobre almohadones o en sillitas. Por lo general la sala de estrado aglutinaba las piezas más valiosas, las paredes se engalanaban con tapices o con colgaduras de telas ricas como el damasco o el brocatel, que podían confeccionarse a juego con los almohadones. Los colores de las tapicerías eran vistosos siendo habituales el verde y el carmesí, pero en el caso de que la familia estuviera de luto, incluso los estrados se tapizaban de negro. El luto era muy riguroso y lo llevaban las personas y las casas.

La tarima se decoraba con muebles de pequeño tamaño como taburetes, sillas, bufetillos (mesas pequeñas), escritorios o papeleras (los mal llamados bargueños), escaparates (vitrinas) e imágenes de devoción. En un país tan católico como España, las imágenes religiosas se prodigaban en una apabullante cantidad, no solamente en sitios sagrados como iglesias, capillas etc… sino en cualquier lugar. Las damas sentían predilección por las pequeñas tallas de madera de la Virgen o del Niño Jesús, muchas eran imágenes de vestir y según hemos hallado en algunos documentos, las había que contaban con varios vestidos que las señoras iban cambiando.

Según relata Juan de Zabaleta en El día de la fiesta por la tarde (1654),las casas principales podían contar con varios estrados, en tal caso la señora recibía en el último llamado “de cariño”, que era el más íntimo porque estaba dentro de su alcoba. El escritor considera que tal práctica se hacía para que las visitas, al tener que recorrer un amplio espacio, admiraran las riquezas de la casa y así los propietarios pudieran presumir. María de Zayas en su obra Novelas ejemplares y amorosas (1637) describe una sala de estrado: “Coronaba la sala un rico estrado con almohadas de terciopelo verde, á quien las borlas y guarniciones de plata hermoseaban sobremanera: haciendo competencia a una vistosa camilla, que al lado del vario estrado había de ser trono, asiento y resguardo de la bella Lisis, que como enferma pudo gozar de esta preeminencia, y era asimismo de brocado verde, con flecos y alamares de oro. Estaba la sala cercada toda alrededor de muchas sillas de terciopelo verde, y de infinitos taburetes pequeños, para que sentados en ellos los caballeros, pudiesen gozar de un brasero de plata, que alimentado de fuego y diversos olores, cogía el estrado de parte á parte.” Según hemos tenido ocasión de constatar, en el siglo XVIII el estrado pervivió en España. El Diccionario de Autoridades (1732) lo define como: “El conjunto de alhajas que sirve para cubrir y adornar el lugar o pieza en que se sientan las señoras para recibir las visitas, que se compone de alfombra o tapete almohadas, taburetes o sillas baxas.” En los inventarios de bienes es frecuente la mención a la sala de estrado con el mobiliario que la decoraba: alfombras, esteras de junco, almohadones, sillitas, bufetillos, imágenes de devoción y escaparates, entre otras cosas, a lo que habría que añadir colgaduras y tapices en caso de personas muy pudientes. En algunas ocasiones, hemos comprobado que en la carta de dote se podía entregar el estrado en sí (la tarima) con los muebles y elementos que lo decoraban. Paulatinamente se fue produciendo un cambio tanto en el mobiliario, como en la disposición de las estancias y la sala de estrado desapareció.

Como todo lo escrito en este blog, excelente. En particular el estado de damas me es de interés especial.
Muchas gracias María. En los protocolos notariales es relativamente frecuente encontrar menciones al estrado y a los muebles y enseres que lo decoraban. También es muy común encontrar almohadones de terciopelo, o incluso de tejidos más lujosos, con bordados.
Un fuerte abrazo.
Gracias por el post, y por aquél sobre el cuadro de Murillo que ilustra esta entrada. Tengo una duda sobre la indumentaria de este cuadro y su vecino del Prado. En este último, el patricio y su mujer parece que visten unas ropas más propias del renacimiento, piensas lo mismo? Explicaría esto el colorido y la fantasía de las ropas de la mujer en «El sueño del Patricio», que a mí también siempre me ha llamado la atención?
Gracias de nuevo
Siempre interesante. Gracias
Muchas gracias Matilde. Un abrazo.