Hace unas semanas realicé una visita a la bella localidad gaditana de Medina Sidonia. El objetivo: recorrer sus iglesias y conventos, repletos de obras de arte, pasear por sus empinadas calles, contemplar las vistas desde las ruinas del viejo castillo, comprar amarguillos en algún convento, comer en alguna de sus ventas… Durante el paseo, me sorprendió el nombre de una de sus calles principales: Doctor Thebussem. Pregunté quién fue ese personaje y así es como he conocido la fascinante historia de uno de los medinenses más singulares de todos los tiempos: don Mariano Pardo de Figueroa, quien vivió entre 1828 y 1918 y utilizó el seudónimo de Doctor Thebussem para firmar una impresionante y original obra literaria, a veces con puntos extravagantes de increíble modernidad, en la que casan el ingenio, el humor, la erudición y un estilo castizo de enorme agudeza. Como muestra inicial de su carácter, ha de saberse que Thebussem no es más que el anagrama de Embuste, y es que don Mariano era todo lo contrario de uno de esos próceres decimonónicos incapaces de encontrarle la chispa a la vida y de reírse de sí mismos.

Pero digamos ahora algo de su peculiar vida, para hablar luego de sus instructivos y, a la vez, muy divertidos escritos. Nacido como se ha dicho en Medina Sidonia en el seno de una familia de la nobleza local, fue educado en su pueblo por un fraile agustino exclaustrado que despertó en él la afición por las letras. Cursó luego Derecho en Sevilla, Granada y Madrid, donde se doctoró en 1854. Poco después regresó a Medina Sidonia, donde vivió casi toda su vida de forma retirada y sencilla, dedicado a sus aficiones literarias y de coleccionista hasta su muerte a la edad de 89 años. Lo increíble es que, desde Medina y casi sin moverse de su pueblo, fue capaz de relacionarse con personajes de primer nivel de la vida política, social y cultural de España y del extranjero, y de ganarse un reconocimiento que le llevó a ser nombrado académico correspondiente de la Real Academia Española, de la Real Academia de la Historia, del Instituto Arqueológico de Roma, de la Sociedad Histórica de Utrecht, de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras, de la Sociedad de Cocineros y Gastrónomos de París, de la Sociedad Francesa de Timbrología y de la de Filatelia de Londres, entre otras. Por sus relevantes méritos se le concedió un hábito de caballero de Santiago y la Gran Cruz de Alfonso XII y, por si fuera poco, recibió el inédito título de Primer Cartero Mayor Honorario de España, cuyo beneficio más destacable era el de ahorrarse el franqueo de sus envíos a medio mundo.

El Doctor Thebussem fue, quizá ante todo, un gran cervantista que poseía una impresionante colección de ediciones del Quijote, pero la gama de sus intereses le llevó a escribir sobre asuntos tan variopintos como Filatelia, Gastronomía, Comercio, Bibliografía, Arte Dramático, Genealogía, Heráldica, Derecho Internacional, Poesía, Política, Historia, Correos, Jurisprudencia, Arqueología, Poesía, Tauromaquia, Caza y Pesca, Costumbres populares, Etiqueta y Cortesía, entre otros muchos temas. Un sabio de saberes enciclopédicos que, sobre todo, se convirtió en oráculo del buen gusto y las buenas maneras en la España de la Restauración, especialmente en lo que se refiere a la educación en el comer y en la mesa, ya que fue un reputado gourmet. Muchos de sus escritos son cartas reales o supuestas en las que ofrece su opinión sobre los variopintos asuntos que se le consultaban. Muchos de esos temas eran baladíes, pero sus respuestas eran tan ingeniosas y tan bien escritas, que es un placer leerlas hoy como lo era hace un siglo, aunque sus formas nos parezcan un tanto anticuadas.

Para muestra un botón. En 1892 un amigo le pidió noticias sobre el gazpacho andaluz, plato muy desprestigiado por entonces. El Dr. Thebussem reconoce la mala fama y cita el terrible juicio sobre él de Teófilo Gautier en su Viaje en España, donde el francés decía: “El gazpacho merece descripción especial. Su receta hubiera hecho erizar los cabellos de Brillat-Savarin… Entre nosotros, los perros bien criados rehusarían comprometer sus hocicos en semejante mixtura. Es el alimento favorito de los andaluces, y las mujeres más lindas no temen engullir por las noches grandes tazas de esta sopa infernal”.

Pero a ello responde Thebussem dando, en su opinión, verdadera fórmula del gazpacho, que lo convertiría en un manjar y que hoy nos ahorramos en aras de la brevedad, y rematando: “Requiere este alimento, como requieren todas las cosas del mundo, la oportunidad y las circunstancias… En un banquete sería tan extemporáneo como la bota de Valdepeñas o los trozos de mojama. Pero si en los meses de verano, y después algunas horas de tirar liebres y perdices en la laguna de Janda o en las dehesas y arenales que forman las veinticinco leguas cuadradas y ocho de costas del célebre coto de Oñana, le presentan a usted, ya a la sombra de los pinos o de los acebuches, o ya en la casería de los guardas un buen gazpacho, lo saborea usted con más delicia que el mejor foie gras o el más exquisito pavo con trufas”.

Don Mariano permaneció soltero hasta el final de sus días y quiso que no quedara en su enorme epistolario rastro del nombre de las mujeres con las que tuvo algún trato más íntimo, por eso todos sus biógrafos hablan de una vida monótona y reglamentada, casi de anacoreta, pero, al menos en su juventud, parece que no fue tan aburrida. Pasados los años y, como solterón recalcitrante, adquirió una cierta misoginia que le llevaba a alardear de su exclusivo trato con dos damas: Doña Molinera y Doña Tolosa. Ese era el nombre que daba a las dos palmatorias que iluminaban sus noches de ávido lector.

Para terminar, una última extravagancia de nuestro personaje: aún se cuenta en Medina Sidonia que, para no causar más molestias de las debidas en la hora de su muerte, don Mariano guardaba un ataúd debajo de su cama que, llegado el momento, cumplió muy dignamente su cometido.
Que interesante, me ha encantado !!