
La moda “a la española” predominó en Europa durante la segunda mitad del siglo XVI y las dos primeras décadas del XVII. Nuestro traje masculino era generalmente oscuro, ceñido y de líneas sobrias, lo que provocaba una figura envarada y poco natural. La gorguera fue tal vez el elemento más característico de este atuendo. Se confeccionaba con lino y para conseguir su rigidez había varias posibilidades tales como la superposición de telas, el uso de alambres o el almidonado. Esta última técnica avanzó espectacularmente, el almidón de arroz proporcionaba al lino un ligero tono azul. En España este tipo de cuellos se conocieron como lechuguillas, definidas en el El Tesoro de la Lengua (1611) de la siguiente manera: “Los cuellos o cabezones, que de muchos anchos de Holanda, u otro lienzos recogidos queda haciendo ondas semejando a las hojas de las lechugas encarrujadas. Estas han tenido, y tienen diferente proporción: porque al principio fueron pequeñitas, y ahora han crecido tanto, que más parecen hojas de lampazos que le lechugas.”

Las gorgueras más lujosas estaban rematadas por magníficos encajes por lo que su coste era muy elevado. Su diámetro llegó a tal desproporción que los mangos de las cucharas debieron alargarse. Si tuviéramos que hacer un repaso de la indumentaria europea, esta estaría sin duda entre las más incómodas, caras y extravagantes. Damas y caballeros lucieron el citado artilugio, aunque los hombres se liberaron antes en favor de un cuello caído llamado valona que igualmente podía ser lujosa y amplia. En algunos retratos las gorgueras llegan a un tamaño tal que las cabezas parecen literalmente dispuestas sobre una bandeja, como si fueran independientes del cuerpo.

Von Boehn en su tratado sobre la historia del traje en Europa afirma: “La moda española era más a propósito que ninguna para la gente rica, porque, para lucir debidamente, exigía no solo telas ricas, recios rasos, terciopelos y brocados de oro y plata, sino, además, muchos adornos”. Las gorgueras dificultaban el uso de pendientes grandes, incluso el peinado tendió hacia la verticalidad para que el cuello tuviera el espacio necesario. Como la piel permanecía completamente oculta (salvo rostro y manos) las joyas y adornos se desplegaban sobre la superficie del vestido y el peinado. Si el traje masculino resultaba rígido, el femenino debía ser una auténtica cárcel. Las formas sinuosas de la silueta femenina quedaban ocultas, bajo el sayo el pecho se aplastaba con cartones engomados. En cuanto a la falda, los retratos nos la muestran absolutamente rígida dando sensación de pesadez. Para dotar a la basquiña de esa apariencia tan característica se usaba el verdugado, una estructura realizada con varillas de mimbre que se colocaba sobre las enaguas. El verdugado tuvo diversas formas a lo largo de los tiempos, lo cual repercutía lógicamente en la silueta de falda. Este armazón se lucía en acontecimientos muy señalados como las bodas reales. Grandes damas, reinas e infantas españolas lo lucen en los retratos cortesanos, tal y como era preceptivo. En Francia se usaba el llamado “verdugado de rollo” o “lardo de mujer” que consistía en una especie de almohada que se colocaba alrededor las caderas.

Tal y como estamos comprobando, la moda española de principios del siglo XVII se distinguía por enmascarar completamente la silueta. La masculina presentaba abombamientos en pecho y muslos, jubón y calzas aparecían rehenchidos. Solamente la parte de las piernas que se cubrían con medias seguían su proporción real. Resulta sorprendente que una indumentaria tan incómoda y costosa perseverara tanto tiempo. Hacia 1620 las clases altas europeas empiezan a seguir otras pautas, mientras que algunos países más dependientes de la Corona española continuaron con nuestros “usos”. En aquellos tiempos no se decía “ir a la moda” o “estar de moda” sino “ir al uso”.


El hecho de que una manera de vestir sea sustituida por otra diferente no es un fenómeno actual. El caballero europeo abandonó progresivamente la rigidez del traje español a favor de un atuendo de formas muy amplias, los ricos cuellos se siguieron llevando pero caídos. Dejar el cuello libre trajo consigo varios cambios, entre ellos que algunos hombres se dejaran el pelo largo. Las mujeres por su parte, empezaron a lucir escote y a adornar su rostro con pendientes de mayor tamaño. En 1624 Luis XIII optó por el uso de pelucas para tapar su calvicie, estas se fabricaban con cabello humano, pero también se usaba el pelo de cabra y el de caballo. Poco a poco las pelucas se pusieron de moda y esta vez los hombres fueron los primeros en adoptar la nueva tendencia, pero eso ya es otra historia.


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