
«Para hablar en general de los españoles puede decirse que, ordinariamente, son orgullosos y altivos, creyéndose por encima de todas las demás naciones; son, sin embargo, amables y honrados con los que muestran alguna deferencia para ellos; muy celosos de sus mujeres y de sus amantes; irreconciliables cuando creen haber sido ofendidos, como lo haré ver por ejemplos, que referiré más adelante. Hacen poco caso del beber y del comer, y son más dados al fasto que a ninguna otra cosa.

Son holgazanes y perezosos, y se preocupan muy poco de los asuntos de su prójimo, amando el reposo y la molicie, el pueblo como las personas de calidad. Sus maneras son indiferentes; son tumultuosos en la mayor parte. Las gentes de la corte son mucho más razonables que las otras, y particularmente aquellos que han salido del reino. Pero les ocurre viajar poco, excepto a las Indias o a Flandes cuando los empleos les reclaman allí. Respecto al vulgo, se preocupa muy poco de los asuntos del Estado ni de lo que llegarán a ser. Son muy inclinados a la cólera, aunque cautos en hacerla estallar para mejor tomar medidas, para hacer triunfar su venganza. No se relacionan fácilmente con los extranjeros, de los que, en general, hacen poco caso, y la caridad para ellos es muy rara en España.

Tienen un exterior de devoción que pudiera engañar fácilmente, si no fuera acompañado de multitud de acciones indecentes y pérfidas, no teniendo vergüenza en hacer servir a sus iglesias de teatro de sus venganzas y de puntos de citas para varias cosas que el pudor me impide nombrar. Lo que puede decirse en su ventaja es que son los perfectos amigos cuando han llegado hasta amaros, pero en eso es tan raro, que no se les debe alabar, por ello demasiado.

Están bastante bien formados en su persona, altos y derechos y menos contrahechos que en otras partes. Las mujeres son allí pequeñas, los niños de un hermoso aspecto. Comienzan a vestirlos a la edad de cuatro meses. Los llevan con la cabeza al aire, y pocas veces les ponen cofias y capillos, y eso cuando creen que están enfermos. Duermen todos sin gorro; las mujeres tienen mucho cuidado de sus trajes, que son cinco o seis faldas, unas sobre las otras. Sus jubones están abiertos del todo por detrás, de suerte que se les ve la mitad de la espalda, porque no llevan pañuelo al cuello. La parte delantera de su vestido cubre gran parte de su pecho y les aprieta tan fuerte sus brazos, que parecen completamente violentadas. Van calzadas muy bajo, lo mismo que los hombres, y muy cuidadosamente, aunque su calzado se vea poco; llevan siempre sus faldas largas, y sienten un gran escrúpulo de enseñar sus pies, lo que no hacen más que cuando han concedido, como decimos en Francia, el último favor.

Todavía es sólo en el intimidad cuando se puede esperar de ellas favor, permitiendo antes todas las demás bagatelas que ésa. Llevan grandes mangas, lo mismo que los hombres, unos y otros las llevan acuchilladas, como se vieron en otro tiempo en Francia, Aquí, su pasión es llevar relojes, sortijas, cintas, abanicos. Los punzones y los pendientes de orejas son de un tamaño extraordinario, y como no todas tienen el medio de llevarlos de piedras finas, se sirven de las falsas, con lo que nuestros comerciantes franceses ganan mucho en Madrid, porque venden grandes cantidades de ello. Llaman a todas esas joyas galas, y en eso es en lo que emplean el dinero que pueden obtener de sus galanes.

Cuando salen se ponen mantos de tafetán negro guarnecidos con grandes encajes, hechos expresamente, que las cubren desde la cintura hasta por encima de la cabeza; eso sienta bastante bien a las que saben servirse de ellos, haciéndolas ir por varios sitios alzándolos o bajándolos, lo que da cierto aire a algunas, que no es desagradable. Llevan en invierno, que dura allí mucho tiempo, manguitos de tamaño extraordinario, tres veces más largos que los nuestros y anchos en proporción. Las que están por bajo de las burguesas y las criadas llevan mantones labrados, en vez de esos mantos, y se cubren casi todo el rostro cuando van por la ciudad, principalmente aquellas que pretenden ser mojigatas.»
Anónimo. (1700) en GARCÍA MERCADAL, José: Viajes de extranjeros por España y Portugal: desde los tiempos más remotos hasta comienzos del siglo XX, Salamanca, 1999.
Hola Barbara, que bien nos retrata parece que no han pasado los siglos. Me encantan tus publicaciones y comentarios, son muy variados y entretenidos. Son un poco de luz en estos tiempos de gente tan mediocre, inculta y cateta. Un abrazo y por favor no lo dejes Cristian
Enviado desde mi iPhone
Muchísimas gracias por tus palabras. Siempre es un estímulo recibir comentarios que valoran el trabajo y la dedicación Los relatos de viajeros son de gran interés para conocer las costumbres españolas y sus impresiones sobre nosotros. Aunque a veces los comentarios no son muy positivos, nos ayudan a entender la mentalidad de aquellos tiempos.
Un abrazo
Hola:
Estoy suscrito a su blog aunque no me guste la historia pero, me gusta llevar al día el tema que estás tratando. Estoy enganchado y si me pongo al análisis te saco un montón de cosas buenas.
Hoy me siento comentarioso (derivación cordobesa aunque ahora vivo en Jaén) y te digo: acabo de llegar de La Havana y me he traído un diccionario de “defectos” cubanos. Es estupendo.¡ Lo que te hace pensar la lengua!. Desde este punto de vista me ha encantado esta entrada, tu buen gusto al ponerla y el que hayas informado de una obra especial.
En español de España no hay una obra similar. Si alguien la escribe que sea a la altura de la referida.
Saludos.
Carlos
Muchas gracias por su comentario tan atento y por seguir mi trabajo. Los relatos de viajeros son muy interesantes ya que aportan información sobre costumbres y modos de vestir del pasado. Esta crónica, aunque crítica a los españoles, aporta datos de la indumentaria que son muy útiles al investigador. Un cordial saludo.