
“cuando todo andaba en este término, pasada media hora, abaxando otra vez su Magestad, vinieron todos de la sala, yendo el Duque á la mano derecha de su Magestad. De la otra parte de la sala grande tambien les encontraron las Serenísimas Infantas de España doña Catalina y doña Isabel, ésta vestida de encarnado, la esposa de blanco con muchos pasamanos de oro como su hermana doña Isabel. El Duque de Saboya imitaba la color de su esposa excepto la capa, que era de terciopelo negro, llena de perlas y piedras preciosas. Sólo el Rey iba muy llano, de vestido negro comun con los ciudadanos en este desposorio de su hija. Eran presentes los illustrísimos cardinales Granvela y de Sevilla con el Nunçio apostólico y el Arçobispo de Çazagoça, y el señor Viçentio Gradenigo, embaxador de la República de Venetia, los cuales venian todos con el Prínçipe. Venía atras el colegio de las damas, cada una vestida muy superbamente, segun su paresçer. El señor Antonio Perenoto, cardinal de Granvela, á quien cupo el cargo de desposar, los desposó con palabras de presenti segun la costumbre de la Santa Iglesia. Hecho esto, tomo su Magestad la mano de su hija, en la cual puso el Duque un anillo de grandísimo valor, y luego entrambos haciendo reverencias besaron las manos á Su Majestad. Los cardinales, nuncio, arçobispo y embaxadores susodichos, hecho esto y con licencia, se fueron cada uno á su casa. El Rey Don Filipe, el Duque de Saboya, el Príncipe y las Infantas se pusieron en un escaño alto donde se subía por cuatro escaleras debaxo de un dosel tan rico y labrado de perlas y piedras preciosas, que su valor se estima en cien mil ducados o más. En derredor de la sala estaban colgadas tapiçerias de seda y oro riquísimas que contenian la historia de la Goleta y Thúnez, cómo se ganaron del esército de Carlo V.

Las damas estaban asentadas en tierra y gozaban de las palabras de los caballeros que con ellas hablaban puestos con una rodilla en tierra. Entre tanto dançaron el Duque de Pastrana, el Príncipe de Ascculi, Don Alonso de Leiva y otros caballeros, llevando las damas con un guante ó pañiçuelo consigo, guardando muy bien la mesura del són de los instrumentos que tocaban su música. Después dançaron dos damas entre sí una gallarda con grandísimo contento de los que lo veian. Al fin se abaxaron tambien de sus lugares donde estaban asentados los serenísimos Duque de Saboya y Principe de España, dançando el Príncipe con su hermana y el Duque con su esposa una almaña. Acabado que fue esto cada uno se retraxo á su aposento, y las fiestas deste dia con esto se acabaron.

Perdonará la generosa y discreta caballería si diciendo el órden de lo pasado no se satisfizo á cada uno en particular, porque en tanta muchedumbre de caballeros juntos y tanta copia de ciudadanos que venian por ver este espectáculo, no fue bien posible tener cuenta más á menudo, ni es mi voluntad que por esto sea alguno ménos honrado aunque el nombre no vaya aquí asentado. Siendo acabada la fiesta deste dia , como habemos dicho, çenaron Su Majestad y Su Alteza cada uno por sí. Al Duque servian los caballeros de la boca del Rey, asistiendo los Condes de Fuensalida y Chinchon, mayordomos por mandado de Su Majestad que le sirviesen como a su persona Real. Esta noche y otras dos siguientes se hazian luminarias en las calles que resplandescian, porque los jurados habian mandado se celebrasen tres dias de fiesta; corrieron ansimismo seis toros á las puertas del palacio, á los cuales habian puesto fuego á los cuernos. Tras éstos iban los pajes de los grandes con sus hachas encendidas corriendo aquí y allí.

El dia siguiente, á honze de Março, volvieron otra vez todos á palacio para llevar los esposos a la iglesia, para que, habida la benediction del Arçobispo, como se usa en las bodas, consumasen el matrimonio.

Venian todos los Grandes del Reino con tan lindos vestidos, acompañados con tantos pajes y lacayos de bizarra librea, que cada uno dellos cuando intraba en el palaçio daba contento á maravilla á los que le veian. Las guardas de á caballo y de á pie y todos los oficiales del rey venian más presto que los demas, vestidos honestamente con sus vestidos de terciopelo negro. Estaban en el patio de los trompeteros, atabaleros, lacayos y otros oficiales del Rey aguardando cada uno para usar su ofiçio. Los cantores de la capilla Real ansimismo aguardaban el choro de la iglesia mayor con mucho deseo la intrada de los novios. Habian venido ya los cardinales susodichos, el Nuncio y el Embaxador de Veneçia. Habia venido don Diego de Córdoba, á quien seguían los pajes del Rey con cadenas de oro y gorras con muchas joyas labradas en oro y plumajes. Con tanto hervor aguardaba el pueblo el cumplimiento de su deseo, que cerraba las puertas y patios del palacio y de la iglesia y calle por donde se habia de pasar.

Entre las onçe y doçe horas salieron poco á poco del palacio, por su órden, los Grandes de la provincia mesclados con los caballeros del Duque de Saboya, y cada uno dellos iba vestido á su gusto con mucha ambicion. Entre ellos eran más señalados el Almirante de Castilla, el Príncipe de Asculi y el Duque de Pastrana, los cuales habian dado linda librea á sus paxes y lacayos, que cada uno se maravillaba de los gastos. El Almirante habia vestido los suyos con capotes de terciopelo negro con fajas de brocado, ropillas de terciopelo negro con las mismas fajas, jubones de tela de oro costosísimos y calças negras. El Príncipe de Ascoli habia dado capas de terciopelo colorado aforadas en tela de oro y fajas de brocado, jubones de raso carmesí, ropillas de brocado y calças costosísimas. El Duque de Pastrana dio terciopelo azul con fajas de terciopelo amarillo y todos los demás vestidos conforme á ello. Ninguno de los Grandes parescia que querría ser el menor, y tanto era el amor con que cada uno servía á Su Majestad en estas sus fiestas y pompas, que otro tal no se habia visto en muchos tiempos de atrás. Entre los saboyanos el Prínçipe Genevos y su hermano Amadeo eran vestidos de tela de plata con capas de terciopelo negro llenas de perlas, y tenían unas gorras con muchas joyas y plumas blancas. A éstos cuasi todos los demás caballeros del Duque imitaban, entre los cuales eran diez que traian el collar de Nuestra Señora de la Annonciata, vestidos todos de una manera.

(…) Pasados que fueron los Grandes y los caballeros todos, baxaron por la escalera ambos los cardenales el Granvela y el de Sevilla, el Nunçio y el Embajador de Venecia, y vinieron en la sala grande de la una parte el Rey con el Duque discubriendo sus cabeças, y de la otra parte la esposa y la Infanta mayor con el Príncipe que venía delante, los cuales todos encontrándose se recibieron con muchas cortesía, diciendo çiertas palabras que no se podian entender d elos que estaban cerca. El Rey salia este dia vestido de raja negra con su Toison de oro. El Duque se Saboya iba á mano derecha del Rey y era vestido de brocado negro bordado de muchas perlas y con muchos botones de diamantes engastonados en oro. El Príncipe de España salió de raso blanco con muchos pasamanos de oro. La serenísima esposa y su hermana doña Isabel eran vestidas de encarnado aforado de telilla de oro, y eran sus vestidos tan llenos de perlas, joyas y piedras preciosas que no hay precio con que igualarlos. La trencha en que la esposa llevaba sus cabellos tenia tres piedras que con ningun dinero se podrían comprar, conviene á saber una perla grandísima, un diamante y un carbuncle.”
Henrique Cock. Relación del viaje hecho por Felipe II, en 1585 a Zaragoza. Barcelona y Valencia. Imprenta de Aribau. Madrid. 1876. pp. 51- 57.

Maravilloso pasaje de la historia, solo me queda preguntar: Qué hicieron con tantos trajes y atuendos, se pueden ver en algún museo?
Muchas gracias. Lamentablemente se conservan muy pocas piezas de esa época. Han pasado más de 400 años. En el convento de San Clemente en Toledo se conserva un vestido que perteneció a la infanta Isabel Clara Eugenia. Un saludo.