Durante buena parte del siglo XVI España se convirtió en la gran superpotencia europea. Carlos I fue depositario de una gran herencia que incluía Castilla, Aragón, Nápoles, Sicilia, Cerdeña, Borgoña, territorios en el sudeste de Alemania y el norte de África, además de toda América. En palabras del historiador García de Cortázar: “La casualidad dinástica reunió en la persona de Carlos I de España y V de Alemania el primer imperio verdaderamente universal de la historia”. Carlos de Habsburgo pisó por primera vez la península ibérica en 1517, era un joven extranjero no solo por su origen y su desconocimiento del castellano, sino también por su manera de vestir. El primero de los Austrias trajo consigo influencias flamencas, francesas y alemanas pero paulatinamente se fue españolizando.

Estamos en pleno Renacimiento, el individuo comienza a sentirse protagonista. Este acusado cambio en la mentalidad de las clases dirigentes llevará consigo un desarrollo de las modas nacionales. Se desató una pasión por el lujo en el vestir de las cortes europeas, siendo una de las épocas que ha concedido mayor importancia a la moda y muy en particular este fenómeno afectó a nuestro país. El ejemplo más elocuente fue la comitiva que acompañó a Carlos V en su coronación como Emperador en Bolonia en 1530. En Indumentaria española en tiempos de Carlos V, Carmen Bernis argumenta como los orgullosos españoles dejaron a toda Europa literalmente estupefacta por la suntuosidad de sus trajes realizados con los más soberbios tejidos cuajados de perlas y piedras preciosas.

Volviendo atrás, es muy significativo recalcar que una de las primeras peticiones que le hicieron las primeras Cortes a Carlos I (1518), fue dictar una serie de normas para frenar los enormes gastos asociados al lujo en el vestir. Las élites estaban utilizando telas y adornos suntuarios como brocados, sedas e hilos de oro y plata. Estos dispendios debían frenarse ya que conllevaban la merma de patrimonios. Por otro lado, se trataba de una medida proteccionista cuyo fin era potenciar la industria textil nacional. Durante su reinado fueron promulgadas diversas leyes que parece ser no tuvieron mucho éxito. La familia real era la única a la que en teoría no afectaban estas disposiciones. Carlos V estableció la etiqueta borgoñona en la corte española en 1548, siendo uno de sus preceptos el uso del color negro. Al quedar viudo el emperador comenzó a vestir con una mayor sencillez, todo esto influyó en su hijo.

Fue durante el reinado de Felipe II (1556-1598) cuando se crea una moda española propiamente dicha. El rey adoptó el color negro como símbolo de elegancia y sobriedad. El descubrimiento de América permitió el acceso a nuevos tintes, el palo de Campeche proporcionaba un negro intenso a los tejidos. Este color “ala de cuervo” fue muy valorado por su belleza y su alto costo lo convirtió en un símbolo de estatus social alto. La católica España va a convertirse en una de las principales valedoras de la Contrarreforma. Europa vive momentos de terrible convulsión ya que los cimientos comunes de la fe cristiana se han disgregado. Los ideales del buen católico van a plasmarse en la sociedad y una manera de ejemplificar esos nuevos valores en la vida cotidiana se van a plasmar en la manera de vestir. Este nuevo estilo no solo afecta a nuestro país, sino que se exporta al extranjero. Es tal el poder y prestigio de la monarquía de Felipe II que “vestirse a la española” se convierte en el último grito en las cortes europeas.

Los retratos de la época nos muestran trajes ceñidos, lo cual sin duda debía envarar la postura. Esto producía una sensación de altivez, característica muy valorada por los españoles de la época ya que se consideraban los amos del mundo. En cuanto al traje propiamente dicho ocultaba toda la piel a excepción del rostro y las manos. Sobre la camisa el hombre vestía jubón y calzas, estas últimas eran bastante cortas y anchas por lo que gran parte de las piernas, que se cubrían con medias, quedaban al descubierto. Sobre el jubón el hombre podía vestir diversas prendas como el coleto (generalmente de piel y sin mangas) o la ropilla (con mangas). Como prenda de abrigo se usaba la simple capa o algunos tipos más ricos como el herreruelo con cuello ribeteado o el bohemio, pieza forrada de piel. La capa ha sido, tal vez, la única pieza de la indumentaria antigua masculina que ha llegado al siglo XX. El calzado era plano con algunas decoraciones en el empeine y en los lados, da la sensación de ser cómodo y flexible. También se usaron botas estrechas y muy altas que llegaban hasta los muslos y se ataban a las calzas por una especie de ligas.

Los cuellos de encaje tuvieron el curioso nombre de lechuguillas, porque su forma rizada se asemejaba a las hojas de lechuga, tal y como nos informa el Tesoro de la Lengua Castellana (1611), nuestro primer diccionario. La palabra lechuguilla aparece por primera vez en documentos del guardarropa de la emperatriz Isabel de Portugal. Este adorno comenzó rodeando el cuello para unas décadas más tarde convertirse en grandes estructuras que subían por las orejas hasta llegar al cogote. En ocasiones el diámetro de estos cuellos llegó a tal tamaño que fue preciso colocar unas arandelas que los sostuvieran. En cuanto a las joyas vemos como Felipe II luce solamente el toisón de oro colgado de una cinta. Una de las virtudes del color negro es que realza y potencia las joyas. El llamado rey burócrata nos ofrece la imagen de un hombre serio y concentrado, es el perfecto ejemplo de la dignidad real y la autoridad en sí misma sin recurrir a ningún ornamento.
