
La moda, no solo se encuentra estrechamente interconectada con las transacciones comerciales europeas desde el siglo XIV, sino que sus sucesivos cambios han constituido un motor económico clave en el desarrollo de las sociedades. La industria textil en Europa se abasteció con sus propios materiales hasta el siglo XVIII, momento en el que el uso del algodón hizo que dependiera de los países de ultramar. En España se fabricaban todo tipo de tejidos, siendo los más afamados y apreciados los paños y bayetas. Desde 1630 las lanas de Segovia y de Molina de Aragón cotizaban en la Bolsa de Ámsterdam, las lanas finas españolas eran muy apreciadas en el extranjero por su magnífica calidad, no en vano nuestro país era la segunda cabaña lanar del mundo. La producción textil fue durante siglos la principal actividad industrial, de hecho, fue la primera que introdujo el maquinismo y la producción a gran escala. Hasta el siglo XVIII los tejidos destinados a la confección eran básicamente la lana y el lino aunque a finales de dicha centuria se extendió el uso del algodón, que ya en el siglo XIX se convirtió en la fibra por excelencia.

El punto crítico en el avance técnico industrial se localiza en la década de 1760, concretamente en el Reino Unido. El periodo entre 1770 y 1800 contempla un cambio decisivo en las técnicas industriales que introducen revolucionarias innovaciones en todas las fases de su producción. El hilar de Hargreaves, conocido popularmente como Spinning Jenny, en 1764 y el telar hidráulico de Arkwright en 1769 abrieron el camino a las ya obsoletas técnicas manuales, primero multiplicando la acción de la mano de obra y luego utilizando fuentes de energía hasta entonces desconocidas como la máquina de vapor. La Spinning Jenny era una hiladora multi-bobina que redujo sustancialmente el trabajo requerido para producir hilo. Esta máquina permitía a un solo obrero producir seis veces más hilo que la rueda de hilar ordinaria, en 1785 comenzó su uso en las fábricas de hilados y posteriormente pasó a las de tejidos. En 1755 James Watt, después de asociarse con el manufacturero de Birmingham, Matthew Boulton, con la colaboración de J. Wilkinson, experto en cañones, puso en funcionamiento la primera máquina de vapor, que fue patentada en 1769. Watt había conseguido liberar a la sociedad de una de sus grandes limitaciones: la energía disponible.


La máquina de vapor fue el invento que posibilitó la revolución industrial. El telar de Jacquard fue inventado en 1801 por el francés Joseph Marie Jacquard. Consistía en un telar mecánico, que utilizando tarjetas perforadas conseguía tejer patrones en las telas, facilitando así la compleja labor de tejer, permitiendo elaborar complejos diseños (cada tarjeta perforada corresponde con una línea del diseño ligamento, y la posición de dichas tarjetas determina el dibujo, en función de que los ganchos de la máquina entren en las perforaciones, se levantan unos hilos u otros en la urdimbre para dejar pasar la trama e ir conformando el dibujo). Aunque siempre se ha denominado telar de Jacquard lo que verdaderamente inventó es la máquina que produce el movimiento independiente de los hilos de urdimbre para conseguir el dibujo solicitado a través de ligamentos insertados en las diferentes zonas del tejido. La máquina Jacquard permitía fabricar telas con hilos de distintos colores y complicados dibujos y podía ser manejada por un solo operario. La novedad fue acogida con gran hostilidad por los tejedores que incluso prendieron fuego a muchas y atacaron al inventor, pues temían que el ahorro de mano de obra les privaría de su medio de subsistencia. Finalmente fue aceptado y en 1812 ya había 11.000 telares trabajando a pleno rendimiento en Francia.



Continuará…