El inventario post-mortem era un documento notarial realizado ante escribano (clásica denominación de los federatarios públicos) y testigos que consistía en una pormenorizada enumeración de los bienes muebles e inmuebles del fallecido. En este caso nos hacemos eco del inventario de una dama sevillana fallecida en 1772, se trata de doña María Teresa Thous de Monsalve, marquesa de viuda de la Candia y del Sauzal. Su difunto marido fue don Cristóbal Joaquín de Franchi Benítez de Lugo, nacido en La Orotava en 1700. Don Cristóbal ejerció diversos cargos a lo largo de su vida, fue militar llegando a Teniente General y también desempeñó labores diplomáticas siendo embajador en Portugal y ministro en Dinamarca. Felipe V le concedió por tales méritos el marquesado de la Candia en 1739, y unos años más tarde, en 1745 el del Sauzal. El noble, que a su vez ostentaba el título de caballero de la Orden de Calatrava, falleció en 1766 sin dejar herederos.

María Teresa Thous de Monsalve era hermana del III marqués de Thous y de la Cueva del Rey. El marquesado de la Cueva del Rey fue concedido por Carlos II en 1690 a don Juan Fernández de Henestrosa y Ribera, mientras que el primero fue otorgado a don Lope Thous de Monsalve y Jalón en 1677. El origen Thous de Monsalve radicaba a Cataluña. Una preciosa historia cuenta que en 1380 Per de Thous halló en un arbusto de hiniesta, una escultura de la Virgen, con una leyenda que rezaba “Soy de Sevilla, de una iglesia cercana a la Puerta de Córdoba”. La imagen fue traída a Sevilla y gozó de una gran devoción a partir del siglo XIV. En 1412 se fundó una hermandad de gloria dedicada a la Virgen de la Hiniesta.

Volviendo al asunto que nos ocupa, los inventarios de bienes generalmente se dividían en partidas de tal manera que guardaban cierto orden y coherencia. En ocasiones se recurría al auxilio de una serie de profesionales para su valoración, por ejemplo: ebanistas para el mobiliario, plateros para las joyas o libreros para la biblioteca. Dentro de esta tipología documental, los más frecuentes eran los inventarios post-mortem.En ellos se hacía un recuento de todas las propiedades del fallecido, pero no solo se ponían en negro sobre blanco las piezas de valor, sino también objetos que hoy en día nos parecerían insignificantes como los cacharros de cocina o la ropa interior. De tal manera que algo supuestamente tan frío como las escrituras, nos son de inestimable ayuda para el estudio de la vida privada y el ajuar doméstico. Concretamente el inventario de la marquesa de la Candia, que abarca veintitrés folios, está dividido en las siguientes partidas: joyas, ropa, ropa blanca, ropa de seda y abanicos.

Doña María Teresa contaba en su joyero con un total de veinte y tres piezas, algunas de ellas a la última moda. Aunque las descripciones no suelen ser muy elocuentes, vemos que hay joyas típicas de pleno siglo XVIII como los broches en forma de lazo o la piocha, que se colocaba el cabello. Cabe resaltar que un buen número de ellas están cuajadas de brillantes. Los diamantes alcanzaron gran difusión en joyería durante el siglo XVIII debido al descubrimiento de minas en Brasil en 1723.

El recuento normalmente comenzaba por la pieza de más valor que en este caso podría ser: “Un collar con una almendra de brillantes y dicho collar se compone de treinta y nueve piedras”, continuando por dos broches de brillantes en forma de lazo y una piocha también de brillantes. La lazada es un motivo decorativo típico del Rococó, no solo en orfebrería sino en indumentaria. El vestido a la francesa podía adornarse con lazos en disminución desde el escote a la cintura, aparte de los que se usaban en el peinado. Los hombres también usaban lazos en la coleta o trenza.

La piocha tenía su origen en el llamado airón, una joyita en forma de botón de piedras preciosas del que emergían plumas procedentes del continente americano. Poco a poco las plumas fueron escaseando y surgió la piocha. Isabel de Farnesio luce esta pieza en el retrato realizado por Jacinto Meléndez en 1727. Es probable que se utilizaran muelles para dar movilidad a los colgantes.

Los pendientes se denominaban de varias maneras tales como zarcillos, aretes, perendengues o arracadas. La marquesa solo contaba con dos pares, unos aretes de perlas y unos zarcillos de brillantes. En cambio, tenía un collar de perlas de tres vueltas con 141 cuentas. La perla era la gema más costosa debido a lo complicado de su extracción: los collares se ensartaban con cuerdas de vihuela. Las reinas María Luisa de Saboya e Isabel de Farnesio lucen gargantillas de perlas en diversos retratos.

Nuestra dama también atesoraba varios anillos y pulseras. Un relicario de oro esmaltado, dos relojes y unas hebillas de brillantes para embellecer sus zapatos. Una auténtica sofisticación del siglo XVIII que hoy en día los más prestigiosos zapateros suelen utilizar, aunque de bisutería.



