En mi anterior post comenzamos a hablar del inventario de bienes de María Teresa Thous de Monsalve, fallecida en 1772 y vecina de la sevillana plaza de la Gavidia. Si bien este tipo de documentos eran prolijos en determinados detalles, algunos datos que hoy en día son esenciales como la edad del finado o su fecha de nacimiento no solían constar. En este inventario a través de las partidas denominadas “Ropa de la Excelentísima Señora” y “Ropa blanca” podemos conocer como vestía por dentro y por fuera una dama de pleno siglo XVIII. El guardarropa de la marquesa de la Candia contenía distintos tipos de prendas e interesantes complementos que analizaremos a continuación.

La ropa se confeccionaba a mano, la máquina de coser no fue inventada hasta mediados del siglo XVIII aunque todavía faltaban décadas para que su técnica fuera perfeccionada. Los tejidos eran costosos, máxime si procedían del extranjero. No existía un mercado que proporcionara a las clientas ropa confeccionada a gran escala, casi todo eran piezas únicas y se hacían a medida. Muchas de las veces, en las propias casas se realizaban prendas de corte sencillo como las camisas y la ropa interior.


La aristocracia no solo debía serlo sino parecerlo y por consiguiente demostrarlo a través de su arreglo exterior. Una dama era tal por sus títulos o propiedades, pero también por su atuendo. En un mundo donde existían hondas diferencias entre clases sociales, las señoras de alta alcurnia debían vestir y aderezarse conforme a su estatus. Repasaremos las prendas de María Teresa Thous de Monsalve y así nos aproximaremos al atavío de una señora sevillana en tiempos de Carlos III. En España fue muy común el traje femenino compuesto por dos piezas: casaca y basquiña. La casaca se inspiraba en la masculina, era entallada y ceñida a la cintura. Su escote despejado y las mangas llegaban por debajo del codo. A veces iba acompañada del llamado peto o petillo, una pieza rígida en forma de triángulo invertido que normalmente se confeccionaba con la misma tela que la casaca. El peto cerraba la casaca e iba cosido o cerrado mediante alfileres, por lo que una dama precisaba de ayuda para vestirse. Doña María Teresa tenía varios conjuntos formados por casaca, basquiña y peto. Pero también contaba con ocho casacas sueltas de distintos tejidos como laberinto, tafetán o damasco y varias faldas negras de distintas hechuras y materiales.

Una de las prendas “a la última” en aquellas épocas fue el cabriolé. Se trataba de una especie de capa con aberturas para los brazos. La protagonista de El quitasol, cartón para tapiz de Francisco de Goya, luce un elegante cabriolé con vueltas y forro de piel. Nuestra dama tenía cuatro cabriolés cuyas descripciones nos informan que el anverso solía ser de un tejido y color y el forro de otro, por ejemplo uno de ellos está confeccionado en seda blanca y forrado en negro.

Otro de sus conjuntos estaba formado por un guardapiés (falda) de terciopelo carmesí con sobrepuestos de seda y plata a juego con un capotillo (capita) del mismo tejido con forro y vueltas de piel de tigre, algo que resulta sofisticado. A veces los conjuntos se acompañaban de manguitos, es decir, casaca, basquiña, peto y manguitos a juego; lo que las revistas de moda denominan en la actualidad el “total look”. En cuanto a los trajes enteros cabe destacar el “vestido a la francesa” que en España se llamó bata. La bata llevaba debajo cotilla (corpiño con ballenas) y tontillo (ahuecador atado a la cintura). De su espalda salían unos pliegues que llegaban hasta el suelo formando la cola. La bata es el vestido femenino típico de pleno siglo XVIII y doña María Teresa contaba con tres de color negro.

En cuanto a los complementos no faltaban las bolsas (bolsos), manteletas (chales), mantillas y pañuelos. La dama contaba con dos bolsos descritos de la siguiente manera: “Una bolsa de terciopelo carmesí con su borla y cordón de seda y otra con galón de oro de damasco”. Por lo que hemos podido rastrear, la existencia del bolso femenino es muy antigua. Lógicamente eran piezas delicadas, de pequeño tamaño e incluso bordadas. Estas “bolsas” podían tener diferentes hechuras como saquitos o tipo cartera con o sin asas (tan de moda recientemente). El bolso hoy en día es un icono de la moda, ya que no solo nos habla de la capacidad económica de la persona, sino de su gusto y personalidad.


Para salir a la calle las señoras se podían cubrir el cuerpo con un manto más o menos abrigado según la estación del año. Se confeccionaban con diferentes tejidos desde seda a terciopelo o paño, el llamado “de lustre” era brillante y el “de humo” muy fino. Según hemos podido comprobar, estas tipologías de manto ya eran de uso común en el siglo XVII.
En cuanto al peinado se puso de moda la cofia de red (adorno típico de las majas), donde se introducía el pelo, y que a veces se remataba en un gracioso lazo en lo alto de la cabeza. Aunque también se usaba sombrero (nuestra protagonista tenía dos “monterillas de camino”), lo más habitual era tocarse la cabeza con mantilla. Una dama no solía salir a la calle con la cabeza descubierta. Francisco de Goya retrató a señoras de toda clase y condición con mantilla. Hasta el siglo XIX, cuando se popularizó el uso del sombrero femenino, la española fue devota de la mantilla. No solo la llevaban las señoras sino también las niñas, que eran vestidas como mujeres de pequeño tamaño.


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