Sevilla no es el símbolo de España, pero sí su sonrisa


José Rico Cejudo. Andaluces en la venta. Museo Carmen Thyssen. Málaga.
José Rico Cejudo. Andaluces en la venta. Museo Carmen Thyssen. Málaga.

          «Hay ciudades en las que nunca se está por primera vez. Deambulas por sus calles desconocidas y sientes como si de todos los rincones te acudieran los recuerdos, te llamaran voces amigas. Su rostro –porque  las ciudades pueden ser como las personas: tristes y viejas, risueñas y jóvenes, amenazadoras y gráciles, dulces y afligidas– te suena de una ciudad hermana, o de una imagen, de un libro, una canción, un sueño. Y Sevilla es así. En cierta forma es cariñosa y resulta familiar; y, como caído del cielo, te viene a la cabeza el nombre de Salzburgo. Y no sólo por Mozart, que, llevado en volandas por las dulces melodías del ágil Fígaro, es capaz de fundir estas ciudades tan lejanas en un mismo placer voluptuoso; también por el tamaño, por la voz, por la actitud y por los gestos, Salzburgo y Sevilla son ciudades gemelas.

Jacques Carabain. Vista del callejón del judio. 1834. Colección particular.
Jacques Carabain. Vista del callejón del judío. Salzburgo. 1834. Colección particular.

           Hay en ambas una energía poética tal que lo provinciano adquiere un carácter plácido y seductor, y el horrible urbanismo moderno no se impone con brusquedad, sino que se adapta suavemente a lo antiguo y caduco. Hay en ellas algo de nobleza solariega; las torres son delgadas como la silueta de los pajes, y las campanas repican con la frescura de un coro de niñas. En sus luminosas calles todo resuena con claridad y frescura, son ciudades que exhiben una sonrisa en medio del verdor. Sólo que el Sur ofrece una imagen más suave, más exuberante también; verdes palmeras abanican las calles durante todo el año, y una flora maravillosa y multicolor, esparcida por jardines y avenidas, invade toda la ciudad.

Manuel García Rodríguez. Jardines del Alcázar, Sevilla. Hacia 1920-1925. Museo Carmen Thyssen. Málaga.
Manuel García Rodríguez. Jardines del Alcázar, Sevilla. Hacia 1920-1925. Museo Carmen Thyssen. Málaga.

          La música, que impregna a ambas ciudades, ha logrado destilar en Salzburgo dos o tres obras maestras: la tumba de Michael Haydn y la cuna de Mozart son los centros de gravedad en torno a los que gira la vida de la urbe. En Sevilla, el sentido musical no se materializa en una forma concreta y perdurable, pero en todas sus calles suena la música, buena y mala, siempre hay alguien que tararea una melodía al aire, o que rasga una guitarra. La vida parece tener aquí un ritmo más veloz, y las personas la sangre más viva; en ningún lugar hay más estómagos hambrientos que en Andalucía, y aún así, Sevilla brilla con su portentoso colorido, resplandece de alegría y nos saluda con miles de banderas. Aquí se puede ser feliz.

 Manuel Barrón y Carrillo. Vista del Guadalquivir. 1854.  Museo Carmen Thyssen. Málaga.
Manuel Barrón y Carrillo. Vista del Guadalquivir. 1854. Museo Carmen Thyssen. Málaga.

          (…) Para llevarse un buen recuerdo, uno no compra dagas, como en Toledo, sino guitarras y castañuelas. Sevilla no es el símbolo de España, pero sí su sonrisa.

          Incluso aquí la lucha es conciliadora. Cierto que después de cinco siglos de combate, los árabes –con ojos húmedos, tal como cuenta la leyenda– tuvieron que abandonar el sur de España, pero su presencia secreta se sigue notando por doquier. Lejos de despreciarse, como en Castilla, su arte es aquí muy reconocido; y su logro más hermoso, el arte de vivir, esa manera indolente, sensual y voluptuosa de disfrutar de los placeres, se ha adaptado maravillosamente al alegre estilo de vida de los andaluces. Esta conciliación se puede apreciar en cientos de edificios: las mezquitas se convirtieron en iglesias y la Giralda, ese encantador y espigado minarete, hace retumbar hoy sus campanadas piadosas en dirección a la catedral que se arrima a su base. Pero es en las casas donde con mayor fortuna se ha producido este hermanamiento artístico y cultural.

José Domínguez Bécquer. La Giralda visa desde la calle Placentines. Hacía 1836. Museo Carmen Thyssen Málaga
José Domínguez Bécquer. La Giralda vista desde la calle Placentines. Hacía 1836. Museo Carmen Thyssen. Málaga.

          Cierto que están construidas en estilo árabe, bajas y sin ornamentos, de tejado plano con patios cuadrados. Pero lo misterioso y sombrío está recubierto de un barniz risueño. Ventanas y balcones rompen las paredes cerradas de los árabes y llenan de luz las estancias. Las fachadas están pintadas de colores claros, relucientes y las puertas, a falta de recelo y desconfianza, se mantienen abiertas; a través del pasillo, que resplandece decorado, con azulejos de colores, se puede ver el interior: un patio donde una fuente enmarcada por palmeras y plantas de color verde oscuro salpica la flores con su espuma liviana. No hay casa tan pobre que no pueda tener flores; incluso en la judería, donde está todavía la casa de Murillo, no dejan de brillar los racimos multicolor. De los balcones llueven largas guirnaldas que casi tocan el suelo, múltiples avenidas atraviesan en hileras risueñas la ciudad entera, como filas de soldados con uniformes abigarrados. Se despliega aquí una prodigiosa gama de colores, gracias a la ola de verdor que inunda hasta las callejuelas más humildes y a que por todos lados brotan pétalos como fuegos de artificio. Incluso en el cabello de las muchachas arden flores –como brasa en un oscuro horno de leña–, claveles de fuego y rosas rojas, llevados con orgullo cuidados y esmero.

 Manuel García Rodríguez Patio interior, Sevilla 1920. Museo Carmen Thyssen. Málaga.
Manuel García Rodríguez. Patio interior, Sevilla. 1920. Museo Carmen Thyssen. Málaga.

          (…) Y, sin embargo, tras esta sonrisa vital se oculta un pasado lleno de sobriedad y grandeza. Si bien quizá un tanto descolorida, la Semana Santa sigue siendo famosa en el mundo entero, con sus fastuosas procesiones y sus extrañas de tradiciones que datan de siglos remotos. Como un manso oleaje va entrando la vida moderna en la ciudad; la antiquísima Torre del Oro de los árabes contempla ahora los grandes barcos que surcan la corriente dócil y amarillenta del Guadalquivir, y en lo alto de la Giralda, donde antaño el muecín llamaba a rezar a los fieles, nos topamos con un panorama inesperado. Una ciudad luminosa que se extiende hasta perderse en los confines de la vega, que resplandece con la exuberancia de sus jardines, con las anchas calles que parecen colgar como cadenas del horizonte; a penas es posible abarcarla con la vista.

Torre del Oro. Hacia 1220-1221. Sevilla.
Torre del Oro. Hacia 1220-1221. Sevilla.

          Al contemplar tamaña riqueza cromática se entiende bien que Velázquez y Murillo sean hijos de esta ciudad, pregoneros eternos de su belleza, de la misma manera que los dramas de Lope de Vega han dado testimonio de su historia, y los músicos han sabido expresar su jovialidad. Aquí podrá ver un día la luz el poeta que tanta falta le haría al pueblo español, un hombre libre y risueño, un espíritu sabio y burlón como Cervantes, o bien un  nuevo mago como Velázquez o Murillo, y es que la ciudad nos ofrece tantas cosas: el disfrute de una vida llena de colorido, el ritmo vivo que marca los acontecimientos y ese allegro que revela una felicidad profunda. ¿Por qué no podría producirse un milagro así en un lugar que es ya de por sí prodigioso? «Quien no ha visto Sevilla, no ha visto maravilla»; hasta la saciedad se escucha aquí esta orgullosa divisa con la que se distingue la ciudad a sí misma. Y, sin embargo, uno no es capaz de reprocharle su vanidad. Porque ¿no es una maravilla el hecho de que los hombres y el destino trabajen juntos durante siglos para construir una ciudad, y al final resulte una sonrisa en el rostro de la vida?»

Manuel Wssel de Guimbarda .Vendedoras de rosquillas en un rincón de Sevilla. 1881. Museo Carmen Thyssen. Málaga.
Manuel Wssel de Guimbarda. Vendedoras de rosquillas en un rincón de Sevilla. 1881. Museo Carmen Thyssen. Málaga.

Stefan Zweig. Crónicas de cuatro continentesDe viaje. Francia, España, Argelia e Italia. Editorial Sequitur. Madrid. 2019. pp. 31-38.

5 Comentarios

  1. Stella Cerón R dice:

    Hermosa Sevilla, la llevo en el alma

    1. Bárbara dice:

      A mi me pasa lo mismo. Un saludo.

  2. Alejandra Mena dice:

    Que lindo Barbara!!!! Y que ganas de volveeeer!!!!!

    1. Bárbara dice:

      Muchas gracias Alejandra. Un fuerte abrazo.

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