“¡Oh infelices mortales! ¡Oh tierra deplorable!
¡Oh espantosa reunión de todos los mortales!
¡De inútiles dolores la eterna conversación!
Filósofos engañados que gritan: “Todo está bien”,
¡vengan y contemplen estas ruinas espantosas!
Esos restos, esos despojos, esas cenizas desdichadas,
esas mujeres, esos niños, uno sobre otro, apilados,
debajo de esos mármoles rotos, esos miembros diseminados;
cien mil desventurados que la tierra traga
ensangrentados, desgarrados y todavía palpitantes,
enterrados bajo sus techos, sin ayuda, terminan
en el horror de los tormentos sus lamentosos días.
Frente a los gritos, a medio formar, de sus voces moribundas
y frente al espantoso espectáculo de sus humeantes cenizas
¿Dirán ustedes: “Es el efecto de las eternas leyes
que, de un Dios libre y bueno, necesitan la decisión”?
¿Dirán ustedes, al ver ese montón de víctimas:
“¿Se ha vengado Dios; su muerte paga sus crímenes?”
¿Qué crimen, qué culpa cometieron esos niños,
sobre el seno materno aplastados y sangrientos?
¿Tuvo Lisboa, que ya no es, más vicios
que Londres, que París, en los deleites hundidas?
Lisboa queda hundida, y en París se baila.
Ustedes espectadores tranquilos, espíritus intrépidos,
contemplando los náufragos de sus hermanos moribundos,
en paz buscan las causas de las tempestades:
pero, cuando la suerte adversa, los golpes reciben,
devenidos más humanos, como nosotros también ustedes lloran.
Créanme, cuando la tierra entreabre sus abismos,
mi llanto es inocente y legítimos mis gritos.
Rodeados por todos lados de las crueldades de la suerte,
del furor de los malos, de las trampas de la muerte,
padeciendo los golpes de todos los elementos,
compañeros de nuestros males, permítannos los llantos.
Es el orgullo, dicen ustedes, el sedicioso orgullo,
el que, mientras estamos mal, pretende que podamos estar mejor.
Vayan a interrogar a las riberas del Tajo;
Hurguen en los despojos de ese sangriento estrago;
Pidan a los moribundos, en esa morada de horror,
si es el orgullo quien grita: “¡cielo, socórreme!
¡Cielo ten piedad de la miseria humana!”
“Todo está bien, dicen ustedes y todo es necesario”
¿Qué, el universo entero, sin ese infernal abismo,
sin engullir Lisboa, hubiese estado peor?
¿Están ustedes seguros que la causa eterna
que todo lo hace, todo lo sabe, y todo lo creó para ella,
no hubiera podido lanzarnos a esos tristes climas
sin formar volcanes encendidos bajo nuestros pasos?
¿Así limitaría usted a la suprema potencia?
¿Le prohibiría usted ejercer su clemencia?
¿El eterno artesano no tendrá en sus manos,
infinitos medios, ya listos para sus designios?
Humildemente deseo, sin ofender mi amo,
que ese abismo encendido, de azufre y salitre,
hubiese encendido sus fuegos al fondo de los desiertos.”
Voltaire. Extracto del Poema sobre el desastre de Lisboa o examen de este axioma: todo está bien. 1749.
El terremoto de Lisboa de 1755, también conocido como el Gran Terremoto de Lisboa, afectó a Portugal, España (fundamentalmente a Castilla y Andalucía) y noroeste de África en la mañana del sábado 1 de noviembre, Día de Todos los Santos, alrededor de las 09:40 hora local. En combinación con los incendios posteriores y un tsunami, destruyó casi por completo Lisboa y las poblaciones adyacentes. En la actualidad los sismólogos estiman que dicho terremoto, cuyo epicentro se situó en el Océano Atlántico, tuvo una magnitud de al menos 8,4 en la escala de magnitud. Cronológicamente fue el tercer seísmo a gran escala conocido que asoló la capital portuguesa (los anteriores se produjeron en 1321 y en 1531 respectivamente).Se calcula que solamente en Lisboa pudieron morir hasta 50.000 personas. Esta catástrofe causó una honda conmoción siendo ampliamente debatida por los filósofos de la Ilustración europea, e incluso inspiró importantes aportaciones a la teodicea. Se trata del primer terremoto estudiado científicamente conduciendo al nacimiento de la sismología.
Muy interesante, el terremoto dejó huella en gran cantidad de edificios de Sevilla, y aún pueden observarse.
Tan doloroso e intenso,, que Voltaire escribe, llora y exige respuestas al hacedor supremo. Impacta su angustia e impotencia frente a los hechos.
Cuesta saber, en Voltaire, dónde termina el lamento sincero y dónde comienza la mera literatura y la intención del “philosophe”. De hecho, él poseía un concepto bastante negativo de todo lo que significaba la Lisboa destruida por el seísmo, y hubiera aplaudido sin rebozo la surgida de las ruinas por la acción del marqués de Pombal. Sobre sus sentimientos filantrópicos aún habría más que hablar.