Ladrones y bandoleros


Manuel Cabral y Aguado Bejarano. Escena de una venta. 1855. Museo Carmen Thyssen. Málaga.
Manuel Cabral y Aguado Bejarano. Escena de una venta. 1855. Museo Carmen Thyssen. Málaga.

Madrid, noviembre de 1830.

«Señor:

       Estoy ya de regreso en Madrid tras haber recorrido durante varios meses, y en todos los sentidos, Andalucía, esa tierra clásica de ladrones, sin encontrar a uno solo. Casi siento vergüenza. Me hallaba dispuesto a ser atacado por los bandoleros, no para defenderme sino para hablar con ellos y preguntarles muy cortésmente sobre su estilo de vida. Al mirar mi traje, gastado en los codos, y mi escaso equipaje, me pesa no haber visto a esos señores. La pérdida de un ligero maletín no hubiera sido un precio demasiado alto por el placer de conocerlos.

Francisco de Goya. El atraco. 1776-1778. Colección particular.
Francisco de Goya. El atraco. 1776-1778. Colección particular.

          Pero, si no he visto bandoleros, en cambio no me han hablado de otra cosa. Los postillones y los venteros cuentan lamentables historias de viajeros asesinados y de mujeres raptadas, en cada parada efectuada para cambiar de mulas. El suceso que se cuenta ha sucedido siempre el día anterior y en la parte del camino que uno se dispone a recorrer. El viajero que no conoce España y no ha tenido tiempo de adquirir la sublime despreocupación castellana, la flema castellana¹, por incrédulo que sea no deja por ello de impresionarse un poco ante todos esos relatos. Cae la noche, y con mucha mayor rapidez que en nuestros climas norteños; el crepúsculo dura solo un instante: se levanta entonces, sobre todo en la proximidad de las montañas, un viento que sin duda sería cálido en París, pero que, en comparación con el ardiente calor diurno, parece aquí frío y desagradable. Mientras te envuelves en tu capote y te encasquetas hasta los ojos la gorra de viaje, adviertes que los hombres de la escolta (escopeteros) arrojan el cebo de sus fusiles sin renovarlo. Asombrado por tan extraña maniobra, preguntas la razón y los valientes que te acompañan responden, desde lo alto de la imperial en donde están encaramados, que son tan valientes como el que más, pero que no pueden resistir solos a toda una pandilla de bandoleros. «Si nos atacan solo nos darán cuartel pudiendo probar que jamás tuvimos la intención de defendernos».

Eugenio Lucas Velázquez. Bandoleros. Hacia 1860. Museo Nacional del Prado. Madrid.
Eugenio Lucas Velázquez. Bandoleros. Hacia 1860. Museo Nacional del Prado. Madrid.

           ¿Para qué cargar pues con esos hombres y sus fusiles?

      ¡Oh!, son excelentes rateros, es decir, contra los bandidos aficionados que desvalijan a los viajeros cuando se presenta la ocasión; nunca van de mas de dos o tres.

          El viajero se arrepiente entonces de haber llevado consigo tanto dinero. Mira la hora en su reloj de Bréguet, que cree consultar por última vez. Se sentiría muy feliz de saberlo colgando tranquilamente de su chimenea de París. Pregunta al mayoral (conductor) si los bandoleros quitan las ropas a los viajeros.

         Algunas veces, señor. El mes pasado, la diligencia de Sevilla fue asaltada cerca de Carlota y todos los viajeros entraron en Écija como angelitos.

          ¡Como angelitos! ¿Que quiere usted decir? Quiero decir  que los bandidos les habían quitado toda la ropa sin ni siquiera dejarles la camisa.

           ¡Diablos!, exclama el viajero abotonándose la levita. Pero se tranquiliza un poco y hasta sonríe al contemplar una joven andaluza, compañera de viaje, que besa con devoción su pulgar suspirando: ¡Jesus! ¡Jesus! (Es sabido que besar el pulgar tras haberse persignado no puede sino beneficiar a quienes lo hacen).

             La noche ha caído ya por completo; pero afortunadamente  la luna se levanta brillando en un cielo sin nubes. Comienza a divisarse a lo lejos la entrada de una garganta horrible que no tiene ni media legua de anchura.

Manuel Barrón y Carrillo. Emboscada a unos bandoleros en la cueva del Gato. 1869. Museo Carmen Thyssen. Málaga.
Manuel Barrón y Carrillo. Emboscada a unos bandoleros en la cueva del Gato. 1869. Museo Carmen Thyssen. Málaga.

        Mayoral, ¿fue allí donde asaltaron un vez la diligencia? Si, señor, y mataron a un viajero. Postillón —prosigue el mayoral—, no resbales el látigo que podrías advertirlos.

          ¿A quién?, pregunta el viajero. A los bandoleros, responde el mayoral. ¡Diablos!, exclama el viajero. Señor, mire usted, allí… en la curva… ¿No son hombres? Se esconden en la sombra de aquella roca. Sí, señora; uno, dos, tres…¡seis hombres a caballo! ¡Ah Jesús, Jesús!… (Señal de la cruz y beso en el pulgar). Mayoral, ¿los ve usted? Si. Uno de ellos lleva un gran bastón, ¿podría ser un fusil? Es un fusil.

         ¿Cree usted que será buena gente? pregunta con ansiedad la joven andaluza. ¡Quién sabe! responde el mayoral encogiéndose de hombros y torciendo la boca. ¡Que Dios nos perdone, entonces! Y oculta su rostro en el chaleco del viajero, doblemente conmovido.

          El coche corre como el viento: ocho vigorosas mulas al trote largo. Los jinetes se detienen, forman una línea —para cerrar el paso—. No, se abren; tres a la derecha y tres a la izquierda del camino: quieren rodear el coche.

Eugenio Lucas Velázquez. Paisaje con contrabandistas.1861. Museo Lázaro Galdiano. Madrid.
Eugenio Lucas Velázquez. Paisaje con contrabandistas.1861. Museo Lázaro Galdiano. Madrid.

          Postillón, detenga sus mulas si se lo mandan; no vayan a enviarnos una granizada de balas. Esté tranquilo, señor, me interesa más que a usted.

          Tan cerca estamos finalmente que distinguimos los grandes sombreros, las sillas turcas y las polainas de cuero blanco de los seis jinetes. Si se distinguieran sus rasgos, ¡qué ojos, qué barbas, qué cicatrices veríamos! Ya no hay duda, son bandoleros, pues todos llevan fusiles. El primer bandido lleva la mano al ala de su gran sombrero y dice en tono de voz grave y dulce: ¡Vayan ustedes con Dios! Es el saludo que se dirigen los viajeros en camino. ¡Vayan ustedes con Dios!, dicen a su vez los otros y se apartan cortésmente para dejar paso la coche; son honrados granjeros que se han entretenido en el mercado de Écija, regresan a su pueblo y viajan en grupo, armados, a causa del gran temor a los bandoleros del que ya he hablado.

          Tras algunos encuentros de este tipo, pronto se deja absolutamente de creer en los bandoleros. Tanto se acostumbra uno a la apariencia algo salvaje de los campesinos que los auténticos bandidos terminarían por parecerle honestos labradores que no se hubieran afeitado en mucho tiempo. Un joven inglés, a quien conocí en Granada, había recorrido durante largo tiempo los peores caminos de España sin sufrir percance alguno y termino negando obstinadamente la existencia de los bandoleros. Un día fue detenido por dos hombres de mala catadura, armados con fusiles. Imaginó en seguida que eran campesinos de buen humor que querían divertirse asustándole. A todas sus órdenes de entregarles el dinero respondía riendo y diciendo que no le engañaban. Fue preciso, para sacarle de su error, que uno de los auténticos bandidos le diera un culatazo en la cabeza, cuya cicatriz se veía todavía tres meses después.»

Leonardo Alenza. Escena de bandidos. Hacía 1844. Museo de Bellas Artes. Bilbao.
Leonardo Alenza. Escena de bandidos. Hacía 1844. Museo de Bellas Artes. Bilbao.

¹ Español en el original. Mérimée da previamente la traducción francesa de la frase (N. del T.).

Prosper Mérimée. Cartas de España. Palma de Mallorca. Editor, José J. de Olañeta. 2020. pp. 115-127.

Un comentario

  1. STELLA CERON dice:

    Que agradable artículo, desde el comienzo lo relacioné con Carmen y solo al final supe que lo escribió Mérimée. Gracias Barbarita

Los comentarios están cerrados.