El vestuario de las mujeres de Guayaquil


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Vecindario, Costumbres, y Riquezas de Guayaquil; y diferencia de Vestuario en las Mujeres.

«Es la Ciudad de Guayaquil una de las más pobladas según su capacidad, que hay en las Indias; porque el comercio la tiene siempre llena de gente forastera, y esta aumenta mucho la de su vecindario, que llegará, según el cómputo hecho a veinte mil almas de todas edades, sexos, y calidades: mucha parte de sus moradores distinguidos son europeos casados, y establecidos ya en ella; y fuera de estas familias, y otras de criollos del mismo carácter  todo lo restante se compone de castas, como en otras ciudades, de que antecedentemente han dado noticia.

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El conjunto de aquellos vecinos está distribuido en varias compañías de milicias con distinción de calidades, y castas de personas; y con esta providencia ellos mismos son los defensores de su patria, y hacienda. Los europeos forman una de estas compañías, que llaman de forasteros, y es la más numerosa, y lucida entre todas; porque sin reparo en la calidad, o esfera, toman las armas, cuando se ofrece la ocasión, y acuden a las órdenes de sus oficiales, los cuales son nombrados entre sí de aquellos sujetos, que habiendo servido en España, tienen más expediente, y conducta en las resoluciones marciales. El corregidor es el Cabo Principal de las  Armas ; y después de éste hay un Maestre de Campo y un Sargento Mayor, que disciplinan, y tienen el gobierno económico de las otras compañías.

Aunque no es  el temperamento de aquel país menos cálido, que el de Panamá, o Cartagena, se particulariza su clima en la procreación de las criaturas racionales: y si algún autor escribiendo el él, le ha llamado Países Bajos Equinociales por la semejanza, que goza su terreno con los Países Bajos de Europa, no menos puede con toda propiedad dársele el mismo nombre por la distinguida particularidad, de que en él (fuera de aquellos, que tienen mezcla de sangre) son todos sus hijos rubios, y de tan perfecta formación, que logran la prerrogativa de la hermosura no solo en aquella provincia de Quito; pero aún más en las demás del Perú. Dos cosas se harán reparables en este asunto, por ser contrarias a la común opinión: la una, que siendo aquel país tan cálido, no sean sus naturales trigueños; y la otra, que no teniendo los españoles por naturaleza el cutis tan blanco, como las naciones del norte, sus hijos allí sean rubios (esto es los habidos en mujer española). Yo no hallo razón, que pueda resolver del todo la dificultad; porque aunque se quiera atribuir al efecto de algunos efluvios del río por la  inmediación, que tiene a él la ciudad, no juzgo, que esto sea bastante fuerza, cuando otras muchas ciudades gozan del mismo privilegio de la situación, sin obtener el de la blancura. Esta es allí en tal grado, que hay muchos albinos; y todos los pequeños tienen pelo, y cejas rubias, acompañadas de hermosura en sus facciones.

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A estas prendas personales, con que tan señaladamente doto naturaleza a los de aquel país, ha agregado el agrado, y obsequio, que no brillan menos, que la antecedente; y así sucede, que pagados de ellas los europeos, cuando llegan a detenerse allí algún tiempo, hagan frecuentemente su establecimiento casándose; sin que les pueda mover a esto la codicia de los dotes, como sucede en otras ciudades; porque no son tan grandes los caudales de sus habitantes.

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Aunque se asemeja mucho al vestuario, que usan tanto en Guayaquil las mujeres, al de Panamá; no tanto, que deje de tener alguna diferencia, y consiste, en que a más de las polleras, acostumbran faldellin en su lugar, que cuando concurren de visita, o están de festividad en sus casas. Este ropaje, que no es más largo que la pollera, está abierto por delante cruzando el un lado sobre el otro, y lo adornan con mucha ostentación, y costo: pues sobre la tela principal lo ribetean, o guarnecen con unas faxas de media vara de ancho de otra tela superior, la cual vuelven a cubrir con muchos encajes finos, franjas de oro, y plata, y cintas sobresalientes; formando de uno, y otro varias labores, y simetría tan vistosa, que queda el ropaje muy lucido, y no menos hermoso. Cuando salen a la calle, y no quieren llevar manto, usan mantillas grandes de bayeta musca clara, igualmente guarnecidas de fajas anchas de terciopelo negro, pero sin encajes, ni otra cosa; el cuello, y brazos no están menos adornados de cadenas, perlas, rosarios, manillas, y corales, que en Panamá: y en las orejas además de unos zarcillos muy llenos de pedrería, ponen unas borlillas de seda negra del tamaño de avellanas, a la manera de un botón despeluzado, y guarnecido de perlas, que llaman polizones, las cuales son muy vistosas.

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No es aquella ciudad sobresaliente en riquezas, aunque su comercio pudiera hacer juzgar lo contrario; y es la causa en parte de los horribles saqueos, que ha padecido; y en parte los incendios, porque unos, y otros la han arrasado considerablemente, asolándola, o convirtiéndola en ruinas: y aunque sus casas no se componen, como tengo dicho, de otro material, que madera, y el costo de esta se reduce solo a cortarla, y conducirla por la abundancia que hay en aquellos montes, con todo excede de una casa de 15 a 20 pesos, y muchas veces mas según su capacidad: a esta suma llegan los jornales de los que la labran, y el hierro, que es muy caro: con que los europeos, que logran ponerse allí en un razonable pie de caudal, cuando no tienen bienes raíces, que los detengan, suelen transferirse con sus familias a Lima, u otra ciudad del Perú, donde lo puedan lograr con menos sobresaltos de enemigos, y elementos. No obstante hay caudales medianos, que llegan a 50, o 60 mil pesos algunos, y menores muchos; pero estos no hacen eco por allá, a vista de los que hay en el Perú, según iremos viendo.»

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Jorge Juan y Antonio de Ulloa. Relación Histórica del Viaje a la América Meridional. Capítulo V. Madrid. 1748.