Thomas Rowlandson. Barbería. Siglo XVIII. Wellcome Collection.
“Que tan gran defecto pensarán los hombres que es ser calvo? Pues no sólo no es defecto grande, pero ni es defecto. Comodidad sí es, y decoro: traen la cabeza limpia y el rostro descubierto. Hombre sin defecto parece aquel a quien la Naturaleza le echa a la luz toda la cara: no parece que tiene por qué esconderla. Luego, la sequedad con que se le cae el cabello hace que el cabello que le queda encanezca más tarde: pienso que es mejor partido. La razón por que la sequedad que los encalvece los hace no encanecer temprano es porque consume el humor flemático que les pone blancos los cabellos.
Pues aun hace más beneficio esta sequedad contra este humor que dilatar las canas, y es que consumiéndole deja a los hombres de más prompta aprehensión y más fáciles a la enseñanza: no es cara en cuatro cabellos dicha tan grande. Gastado con la sequedad este humor flemático, quedan los hombres de poco sueño, con que se puede decir que la calva aumenta la vida. Y finalmente, por esta sequedad que deshace los humores flemáticos traen los calvos ordinariamente limpios los ojos, las narices y la boca.

Todas estas cosas tiene la calva que son buenas. Por ellas ha habido nación que ha tenido por señal mala tener cabellos. Los habitadores de los Montes Rifeos la han tenido: al que le nacían cabellos le miraban como a peligroso o como a inútil. Esta gente es tan piadosa que jamás acertó a hacer mal a nadie: debe de ser propiedad de los calvos ser piadosos. Es observantísima de las leyes de la razón, señal de que son amigos de justicia los calvos. Entre ellos era tacha tener cabellos: debían de hacer visto a los que tienen cabellos con algunas tachas.
Esta señal venerable, y no fea, la aborrecen tanto en nuestras regiones, que son pocos los que no quieren cubrirla con cabellos postizos. De cabellos huérfanos hacen capacetes: aliño hacen de los despojos de un cadáver. Los luchadores se cortaban el cabello el día de la contienda por no darle a su enemigo instrumento con que los sujetase: los que se ponen cabellera deben de querer que tenga el Diablo por donde asillos. Por parecer bien se ponen esta añadidura deseando agradar a las gentes con lo que Dios se desagrada. Con lazos de cerda cogen los muchachos a los pájaros: con estos cabellos coge el Diablo muchas veces a los hombres que quieren parecer muchachos. ¿Es posible que no les hace horror a los que traen cabellera pensar que aquellos cabellos son de un difunto? Si a cualquiera de los que la traen le dijeran que importaba mucho traer consigo en la faltriquera una mano de un cuerpo muerto, perdiera sin duda muchos intereses por no traerla. Pues ¿qué más tiene para dar espanto la mano de un difunto, que de aquel mismo difunto los cabellos?

Luego, es muy posible que esté ardiendo en el Infierno el alma del cuerpo a quien aquellos cabellos se quitaron; y traer reliquias de un condenado consigo parece que es querer que no le suceda cosa buena. Si está en el Purgatorio, es cosa terrible, en vez de aliviarla las penas, darle más penas usando de los despojos de su cuerpo para las ofensas de un Dios a quien ha menester tanto. Si está en el Cielo, bien se ve cómo tendrá un alma santa necesidad de la presencia de Dios, donde no puede entrar desconsuelo, para que no le dé desconsuelo grande ver que hacen contra Dios instrumento de sus cabellos. Si los cabellos son de cuerpo vivo a quien por enfermedad se quitaron, ya que no den horror, debieran dar asco; y es cosa tremenda, de más a más, que lo que uno se quitó para la salud de su cuerpo se lo ponga otro para que enferme su alma. Si son de persona que se entra en religión los cabellos, bien se ve cuán impropio es que lo que aquel se quitó porque le embarazaba para vivir bien se lo ponga éste para vivir mal, deseando, como el otro, irse al Cielo. (…)

Levantase nuestro calvo con un tocador el día de fiesta preguntando si le tienen la cabellera peinada. Los días de trabajo se la pone como la encuentra, y el día de fiesta, por gastarle mal, trata con más cuidado de su aliño. Los criados pocas veces son puntuales y dánsela enmarañada. Él lo riñe y lo vocea, y al cabo se sienta en una silleta baja, encájase la cabellera en una rodilla, toma un peine claro y va apartando unos pelos de otros. Este hombre ¿no echa de ver que tener en una rodilla la cabeza es monstruosidad? Donde está la cabeza está el juicio: en una rodilla tiene la cabeza; debe de tener el juicio en una rodilla. El Sol, fuera de su lugar no alumbrara: el entendimiento fuera de su asiento no rige. El que tiene su entendimiento en lo que apetece y no en sí mismo, haga cuenta que no tiene entendimiento. Al que su razón no le sirve más que para los primores de su culpa, de nada le sirve la razón: no está donde ha de estar, y no es de provecho.
Veamos ahora qué es lo que peina este hombre. Peina unos excrementos que ha prohijado, y no le causan mohína, como los tiene por propios. Si le dijesen que fuese a peinar a un pobre al hospital se le revolviera el estómago, y quizá está peinando en su rodilla los cabellos de un pobre. ¡Oh amor propio, que aun amas los defectos adoptivos! Levántase de allí, pónese enfrente de un espejo y encasquétase la cabellera: procura que no quede torcida y afiánzala a las orejas con unos cordones. Hombre: a la oreja te están hablando unos cabellos o de un muerto o de un enfermo o de un desengañado. Cualquiera de ellos te dirá muchas verdades: atiende a las verdades que te dice. Mírase y remírase en el espejo y queda muy consolado con que tiene cubierta la calva.

Los ángulos agudos en los estremos de la frente —que el castellano vulgar llama «entradas»— son, según buena filosofía, señal de buen entendimiento. La cabellera deja frente obtusa, con que tiene señales de mal entendimiento el que trae cabellera. Acábase el hombre de vestir y vase a la iglesia. Entra en ella echando la vista sobre los hombros por verse las ondas de los cabellos. Harto mejor fuera mirar cómo le baja de la cabellera en torrentes la locura. Llega a la pila del agua bendita y salpícase los cabellos con ella. En verdad que puede ser que sea sufragio. Pónese a galantear con mucho desahogo, como lleva la calva desmentida. Para enamorar, sin duda alguna es estorbo la calva: por ella sola pudiera un hombre ser honesto. De galantear con imperfecciones, más veces se sacan desaires que logros. Sabe el Diablo esto, y antes que le acaben de desengañar los desdenes persuádele a que se cubra la calva por que se entre más en el engaño. Dios no hace nada que no sea para fin provechoso, y se puede pensar que uno de los fines para que da los defectos personales es para que encojan y avergüencen los desahogos de la sensualidad; pero nuestro calvo, como oponiéndose a la intención de Dios, se le entra por las puertas desparecido el defecto que en la cabeza le puso, y por quebrarle los ojos intenta llevarse los ojos de las mujeres.

Llama Dios a los fieles el día santo a su templo para que le alaben, y ellos se van a injuriarle a su templo aquel día. Yo estoy persuadido a que hacen del templo teatro los más de los que van al templo; que van a entretenerse y no a sacrificarse. Y de tal manera estoy persuadido, que creo que si obligaran a cada uno a que oyese misa solo, fueran muy pocos los que oyeran misa. A entretenerse va a la iglesia nuestro calvo creyendo que la cabellera le hace buen lugar en las publicidades. Engáñase, porque cuando el defecto no cause horror por disimulado, con el disimulo causa risa.
A mí se me figura que quien trae el cabello postizo trae postiza la cabeza: no es posible que disparate tan grande se pueda hacer con cabeza propia. Cuando el entendimiento de uno ve un desatino en otro no pone cuidado en enmendar aquel desatino: cabeza que no pone cuidado en que su dueño no se ponga cabellera no es cabeza de aquel dueño. El cabello les crece a los hombres mientras duermen, que es el tiempo en que el alma está retirada a sí misma y no cuida de las operaciones del cuerpo: como a escondidas del alma les crece el cabello a los hombres. Pues si el cabello natural ha menester para crecer escaparse, como que es delito el andar largo, ¿qué delito será traer largo el cabello postizo?

En el Cielo, después de la resurrección de la carne no podrá tener uno el cabello de otro: no vive como en el Cielo el que trae el cabello postizo. A los que se vuelven locos les quitan, por medicina, el cabello. Quítenles por medicina las cabelleras a los que las traen, para que les vuelva el juicio. Algunos de los que se las ponen, se las ponen sólo porque se las pusieron. Esto, aunque fuese culpa en el principio, se conserva sin culpa. Las novedades amedrentan a los cuerdos: puede ser que no se las quiten por no poner en qué tropezar a los ojos. Otros las deben de traer por abrigo. Las cosas que por su naturaleza no son malas, los fines las hacen malas o buenas. Si el fin en la cabellera es bueno, el traerla no es malo. Yo hablo sólo con los que se las ponen por aliño vicioso: a éstos quisiera enmendar; ofender, a ninguno.”
Juan de Zabaleta. El día de fiesta por la mañana. Madrid. 1654. Edición de Enrique Suarez Figaredo. Revista Lemir. 2016.
Obra completa: https://parnaseo.uv.es/lemir/Revista/Revista20/textos/02_Zabaleta_Dia_de_Fiesta.pdf
La innumerable legión de los calvos le estará siempre agradecida, Bárbara, por esta entrada, tan piadosa y consoladora.
Muchísimas gracias por su comentario Rafael. Un cordial saludo.
Que divertido y gracioso escrito. Evidentemente los calvos ganaron el día que desaparecieron estas «pelucas» y las mujeres nos libramos del oficio de arreglarlas. Muchas gracias Bárbara.
Las pelucas masculinas estuvieron de moda hasta finales del siglo XVIII. Fue una costumbre muy extendida en la sociedad, las clases medias también la usaron. Un cordial saludo.