Madame de Pompadour es inevitable


          “En un estudio minucioso del siglo XVIII, Madame de Pompadour es inevitable. No hay que temer llamar a las cosas, y a las épocas por su nombre; y el nombre con el que el siglo XVIII puede ser más justamente designado en muchos aspectos, por el gusto, por el tono universalmente reinante entonces en las artes de la imagen y de la representación, en las modas y en el estilo de vida, en la poesía misma, acaso no es ese nombre galante y engalanado que parece hecho expresamente para la bella marquesa y que rimaba tan bien con amour [amor]? Todas las artes de aquel tiempo llevan su sello; el gran pintor Watteau, nacido demasiado tempranamente para ella, y que creaba un mundo pastoril encantado, parece no haberlo decorado y embellecido sino para que ella tomase posesión de él un día, y para que pudiera alcanzar su plenitud y reinar en él. Los sucesores de Watteau se complacieron unánimemente en reconocer el cetro de su protectora natural. En poesía, no sólo es Bernis el que es todo él Pompadour, lo es Voltaire en las tres cuartas partes de sus versos, lo es toda la poesía ligera del tiempo; lo es la prosa, Marmontel en sus Contes moraux, Montesquieu mismo en su Temple de Gnide. El género Pompadour seguramente ya existía a la llegada de la bella marquesa, pero ella lo resume, lo corona y lo personifica.

Antoine Watteau. El embarque a Citerea. 1717. Museo del Louvre.
Antoine Watteau. El embarque a Citerea. 1717. Museo del Louvre.

          Jeanne-Antoinette Poisson, nacida en París el 29 de diciembre de 1721, procedía de esa rica burguesía y de ese mundo de las finanzas que se había desarrollado tan vigorosamente en los últimos años de Luis XIV, y en el que no era raro encontrar un epicureísmo espiritual y suntuoso: ella aportó a él sus elegancias Existe acuerdo en afirmar que poseyó en su juventud todos los talentos y todas las gracias. Su educación había sido de las más esmeradas por cuanto se refiere a las artes de gustar, y no habían dejado de enseñarle nada, excepto la moral.

Anónimo. Charles-Jean-François Hénault, conocido como presidente Hénault. Hacia 1723. Palacio de Versalles.
Anónimo. Charles-Jean-François Hénault. Conocido como presidente Hénault. Hacia 1723. Palacio de Versalles.

          «Encontré allí—escribe en alguna parte el presidente Hénault a Madame Du Deffand—a una de las más lindas mujeres que he visto jamás; es Madame d’Étioles. Conoce la música perfectamente, canta con toda la alegría y todo el gusto posibles, se sabe cien canciones, hace comedia en Étioles, en un teatro tan hermoso como el de la Ópera, donde hay tramoyas y cambios escénicos…». Hela aquí pintada en su verdad tal como era antes de Luis XV. Hija de una madre galante a la que mantenía un recaudador de rentas reales, casada, digamos que provisionalmente con el sobrino de este último, pareció muy pronto que toda la familia, viéndola tan seductora y tan deliciosa, la destinaba a algo mejor, y que no se esperaba más que el momento oportuno. «Es un bocado de rey…»., decían en todas partes a su alrededor; y la joven había acabado por creer en este destino de querida del rey como en su estrella. Luis XV estaba a la sazón en la primera etapa de su emancipación tardía, y la nación, sin saber ya desde hacía tiempo de qué prendarse, se había puesto a amarla perdidamente. Madame d’Étioles hizo otro tanto. Cuando el rey iba de caza al bosque de Sénart, no lejos d’Etioles, ella se hacía la encontradiza con él en una bonita calesa. El rey la observaba, le enviaba galantemente parte de las piezas cobradas; luego, por la tarde, algún ayuda de cámara, pariente de la familia, insinuaba a su señor todos los detalles deseables y ofrecía sus servicios para llevar la cosa a buen término. Todo esto, en principio, no está bien, pero así es la historia.

Charles-André van Loo. Madame de Pompadour como la bella jardinera. 1754-1755. Palacio de Versalles.
Charles-André van Loo. Madame de Pompadour como la bella jardinera. 1754-1755. Palacio de Versalles.

Ante su fallecimiento

          Uno de los que menos parecieron lamentarlo fue Luis XV; se cuenta que al ver por una ventana pasar el féretro que era conducido del castillo de Versalles a París, como hacía un tiempo de perros, dijo estas únicas palabras: «La marquesa no tendrá buen tiempo para su último viaje». Su antepasado Luis XIII había dicho a la hora de la ejecución de su favorito Cinq-Mars: «Nuestro querido amigo no debe de poner ahora muy buena cara». Comparadas con las de Luis XIII, las palabras de Luis XV son casi conmovedoramente sensibles.

Louis-Michel van Loo (Taller). Luis XV, rey de Francia. Siglo XVIII. Museo de Bellas Artes y Arqueología de Châlons-en-Champagne.
Louis-Michel van Loo (Taller). Luis XV, rey de Francia. Siglo XVIII. Museo de Bellas Artes y Arqueología de Châlons-en-Champagne.

          Las artes se resintieron dolorosamente de la pérdida de Madame de Pompadour y consagraron su memoria; habían esperado un momento su convalecencia y no hicieron sino mostrarse agradecidas. Si Voltaire, al escribir sobre la muerte de Madame de Pompadour a sus amigos, decía: «Ella era de los nuestros», con más motivo tenían que decirlo los artistas. Madame de Pompadour era en sí una artista distinguida. Directamente, y por medio de su hermano, Monsieur de Marigni, a quien ella había hecho nombrar superintendente de Edificios y Manufacturas Reales, ejerció la más activa y feliz influencia.

Alexander Roslin. Retrato of Abel-François Poisson de Vandières, marqués de Marigny. 1764. Palacio de Versalles.
Alexander Roslin. Retrato de Abel-François Poisson de Vandières, marqués de Marigny. 1764. Palacio de Versalles.

          En ninguna época el arte estuvo más vivo, más en relación con la sociedad, que se expresaba y se forjaba en él en todas partes. Al dar cuenta del salón de 1767, Diderot se topó de entrada con un cuadro alegórico, en el que Charles Van Loo representaba las Artes entristecidas y suplicantes que se dirigen al Destino para obtener la conservación de la marquesa: «Ella las protegía, en efecto–dice el crítico; le gustaba Charles Van Loo; fue la benefactora de Cochin; el grabador Gai tenía su torno en las dependencias de ella. ¡Qué dichosa no hubiera sido la nación si ella se hubiese limitado a relajar al soberano con diversiones y a encargar a los artistas cuadros y estatuas!». Y tras haber descrito el cuadro, concluye no sin cierta rudeza, o eso parece:

Las Artes suplicando al Destino que perdonarse a Madame de Pompadour de Van Loo no obtuvieron nada del Destino, más favorable a Francia que a las Artes. Madame de Pompadour murió en el momento en que se la creía fuera de peligro. Pues bien, ¿qué ha quedado de esta mujer que nos ha esquilmado hombres y dinero, dejado sin honor y sin energía, y que ha trastornado el ordenamiento político de Europa? El Tratado de Versalles, que durará o que pueda durar; el Amor de Bouchardon, que será eternamente admirado; algunas piedras grabadas de Gai, que asombrarán a los futuros aficionados a las antigüedades; un buen cuadro de Van Loo, que la gente contemplará a veces; ¡y una pizca de cenizas!”

 

Charles-Augustin Sainte-Beuve. Retratos de mujeres. Editorial Acantilado. Barcelona. 2016. pp.196-213.