El abanico es la ventana de su alma


Raimundo de Madrazo. Aline Masson, con mantilla blanca. Hacia 1875. Museo Nacional del Prado.
Raimundo de Madrazo. Aline Masson, con mantilla blanca. Hacia 1875. Museo Nacional del Prado.

         «Hay tres clases de mantillas, y hasta hace unos años todavía ninguna dama podría prescindir de un juego completo: primero blanca, que se usa en las grandes ocasiones, como nacimientos, corridas y Lunes Santo; se compone de blonda fina o encaje bordado, pero no les va bien a las mujeres españolas, porque su piel color oliváceo pálido no resiste el contraste, Ariano comparó una así ataviada con un embutido envuelto en papel blanco. La segunda es negra, y se hace de raso alepín, con frecuencia orlado de terciopelo, y se remata con un reborde ancho de encaje. La tercera se usa para ocasiones más o menos normales y se llama mantilla de tira. No tiene encaje, pero se hace de seda negra, con una ancha banda de terciopelo. Este es el velo de la maja, la gitana y la cigarrera de Sevilla, y les va particularmente bien a sus ojos de diamante y a sus rizos de azabache. La mantilla, colgando de una alta peineta, se cruza luego sobre el pecho, que, además, está cubierto por un pañuelo. He aquí las“capuchas” y los “ujieres” de Hudibras, y, sin ellos, a menos que arda la casa, no hay mujer que se atreviera a salir a la calle; cuando está así envuelta nada resulta más decente que su aspecto de la cintura para arriba: matronae praeter faciem nil cernere posses. El más pequeño atisbo de pecho, etcétera, o patriotismo, pasa por ser excesivamente liberal e indecoroso, y uno de los grandes secretos del atractivo de la mujer española es que la mayor parte de sus encantos está escondida.

Alfred Dehodencq. Una cofradía pasando por la calle Génova, Sevilla. 1851. Colección Carmen Thyssen-Bornemisza. Málaga.
Alfred Dehodencq. Una cofradía pasando por la calle Génova, Sevilla. 1851. Colección Carmen Thyssen-Bornemisza. Málaga.

La saya y la mantilla son para la mujer española lo que el buen caldo y los chalotes para el cocinero francés: que la materia prima, sea la que fuere, se aliñe con esta mágica sauce piquante y se habrá preparado en un momento una sabrosa entrée; la andaluza, cuando está en casa, donde sólo su marido la ve, es una cenicienta en el desaliño, y apenas hace otra cosa que ponerse la enagua exterior y el velo, y ya está lista para ir a la iglesia. Las niñas pequeñas de buena familia se arreglan también con la misma rapidez,  y en realidad no son otra cosa que reediciones divertidas de sus madres, en doceavo. A la mantilla le pone en su debido sitio el abanico, que es parte imprescindible del atuendo de la mujer española, en cuyo agradable manejo nadie le gana. Nadie entiende como ella este arte y este ejercicio. Es la ventana de su alma, el telégrafo de sus camaleónicos sentimientos, sin contraseña para los iniciados, que estos lo entienden, para bien o para mal, como el agitarse de la cola de un perro. Con su mudo abanico la española puede expresar más que la Paganini con su arco. Podría escribirse una guía para explicar la clave de señales.»

Manuel Cabral Aguado Bejarano. Maja con abanico rojo. 1885.Colección Carmen Thyssen-Bornemisza. Málaga.
Manuel Cabral Aguado Bejarano. Maja con abanico rojo. 1885.Colección Carmen Thyssen-Bornemisza. Málaga.

Richard Ford. Manual para viajeros por España y lectores en casa. 1844.