La tauromaquia en la España del siglo XVIII


          Durante el siglo XVIII se sentaron las bases de la corrida de toros que ha llegado a la actualidad. Felipe V tomó la decisión de prohibir el alanceamiento de toros a caballo. Está práctica estaba íntimamente unida a la aristocracia desde muy antiguo y el primer Borbón tal vez pensó, que este veto acabaría con tan curiosa tradición hispana. El resultado de esta decisión dio como resultado en que el toreo a caballo fue sustituido por el de a pie. Los caballeros siempre estaban asistidos de matarifes que remataban al astado, y fueron precisamente estos hombres los que decidieron ponerse delante del animal. El pensamiento afrancesado trataba de poner coto a todos estos desmanes pero no contaron con la enorme dependencia del pueblo español de su fiesta predilecta. Las corridas provocaban un gran absentismo laboral y algunos ilustrados, entre ellos Jovellanos, las criticaron denodadamente.

Plaza de la Real Maestranza de Caballería en 1895. Colección particular.
Plaza de la Real Maestranza de Caballería en 1895. Colección particular.
Plaza de toros de la Real Maestranza de Caballería. Vista panorámica. Sevilla.
Plaza de toros de la Real Maestranza de Caballería. Sevilla.

         La primera constancia documental sobre una corrida de toros data de 1215 y se celebró en la localidad Segoviana de Cuellar. Las funciones se celebraban en las plazas públicas e iban aparejadas a acontecimientos significativos relacionados con la familia real, canonizaciones de santos o victorias militares. Por tanto, esta práctica estaba profundamente enraizada en el sentir del pueblo. Durante el reinado de Carlos IV se produjo un gran auge de las corridas de toros y los toreros se convirtieron en mitos vivientes. En el siglo XVIII se prohibieron las corridas durante varios periodos. Ya hemos dicho que Felipe V no gustó de esta tradición hispana, como tampoco lo hicieron sus hijos Fernando VI y Carlos III. Fernando VI prohibió estos espectáculos de 1754 a 1759, a menos que se celebraran con fines benéficos. Su sucesor, Carlos III fue mucho más tajante. Una Pragmática Sanción en 1785 lo dejaba muy claro: “las fiestas de toros de muerte en todos los pueblos del Reyno, a excepción de los en que hubiere concesión perpetua o temporal con destino público de sus productos útil o piadoso…”.

Alfred Guesdon. Plaza de toros de la Puerta de Alcalá. 1854.
Alfred Guesdon. «Plaza de toros de la Puerta de Alcalá». La Illustration. Journal Universel de París. 1854.

          Algunos sectores de la alta nobleza fomentaban la Fiesta. Uno de los ejemplos paradigmáticos fueron las duquesas de Alba y Osuna. La primera obsequió a José Romero un magnífico terno cuya imagen ha llegado hasta nosotros a través de un magnífico retrato de Francisco de Goya. La pintura, que se encuentra en una colección estadounidense, nos lo aclara en su dorso donde se puede leer: “El célebre torero José Romero, con el rico vestido que le regaló la duquesa de Alba, a lo que se añade tener el capote jerezano, pañuelo rondeño al cuello faxa a lo sevillano, para denotar las proezas que en la lidia de los toros hizo en estas tres ciudades este famoso diestro torero, fue el que de una estocada, se dejó a sus pies al terrible toro que mató al torero Pepeillo”.

Francisco de Goya. Retrato de José Romero. 1795. Museo de Arte de Filadelfia. EEUU.
Francisco de Goya. Retrato de José Romero. 1795. Museo de Arte de Filadelfia. EEUU.

          El sevillano José Delgado Guerra Pepe Hillo fue uno de los más famosos matadores de su tiempo. La duquesa de Osuna le obsequió en 1776 con un traje por el que desembolsó la elevada cifra de 6.949 reales. La aristócrata fue una de las mujeres más cultas y refinadas de su tiempo. El hecho de regalar al torero un vestido tan costoso nos hace pensar que era seguidora suya en los ruedos. La muerte de Pepe Hillo en la plaza de Madrid impresionó profundamente a sus contemporáneos. El luctuoso suceso ocurrió el 11 de mayo de 1801. Nuestro genial Goya decidió incluir este episodio en su célebre Tauromaquia.

Francisco de Goya La desgraciada muerte de Pepe Illo en la plaza de Madrid. Tauromaquia [estampa], 33. 1816. Museo del Prado

Francisco de Goya. La desgraciada muerte de Pepe Hillo en la plaza de Madrid. Tauromaquia [estampa] 33. 1816. Museo del Prado. Madrid

          Otro de los toreros mas populares del Siglo de las Luces fue el sevillano Joaquín Rodríguez, Costillares (1743-1800). Su labor fue decisiva ya que se le considera el padre de la lidia moderna. Nacido en el barrio de San Bernardo, su padre trabajaba en el matadero, cantera de donde salieron numerosos matadores del momento. El torero pidió a la Real Maestranza de Sevilla permiso para poder decorar su terno con galón de oro al modo de los rejoneadores, mientras que los subalternos los llevarían de plata. Esta medida ha llegado al siglo XXI.

nónimo. Joaquín Rodríguez Costillares. Museo de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla
Anónimo. Joaquín Rodríguez Costillares. Museo de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla.

          Los matadores adaptaron a su profesión el traje de majo madrileño al que dotaron de costosas decoraciones y adornos. En el ensayo Ritos y símbolos en la Tauromaquia leemos lo siguiente: “(…) el traje de luces nació como símbolo de superación. Pero no solo eso, también para burlarse de esas élites afrancesadas, estrictas y distanciadas del pueblo al atreverse a salir al ruedo con una elegancia suntuosa, excesiva y burlona por lo inadecuada. (…) El nacimiento del traje de luces simboliza uno de los muchos cambios sociales del siglo XVIII, aunque sea para un uso concreto y una celebración festiva puntual”. Ahí queda dicho.

Juan de la Cruz. Joaquín Rodríguez Costillares
Juan de la Cruz Cano.»Joaquín Costillares, torero». Colección de Trajes de España, tanto antiguos como modernos. Madrid. 1777.

2 Comentarios

  1. rafaelrubio10 dice:

    Yo también estoy aprendiendo… Leyéndote …. Mil gracias … Besos

    1. Bárbara dice:

      Gracias a ti por tu comentario. Un saludo.

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