
Los evangelios canónicos ofrecen pocos datos sobre el nacimiento de Jesús. El episodio se narra en San Mateo y en San Lucas. En el capítulo 2 de este último leemos:
“En aquella época apareció un decreto del emperador Augusto, ordenando que se realizara un censo en todo el mundo. Este primer censo tuvo lugar cuando Quirino gobernaba la Siria. Y cada uno iba a inscribirse a su ciudad de origen. José, que pertenecía a la familia de David, salió de Nazaret, ciudad de Galilea, y se dirigió a Belén de Judea, la ciudad de David para inscribirse con María, su esposa, que estaba embarazada. Mientras se encontraban en Belén, le llegó el tiempo de ser madre; y María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el albergue.”

Un gran misterio rodea el nacimiento e infancia de Jesús. Sabemos que nació en Belén de Judea en tiempos de Herodes I el Grande, pero no la fecha exacta. Sí se conoce la fecha del fallecimiento de Herodes, que tuvo lugar en el 750 de la fundación de Roma, equivalente al año 4 antes de Cristo. Tal y como narra san Lucas, la Sagrada Familia vivía en Nazaret, pero estando María embarazada debieron ir a Judea para inscribirse en un censo obligatorio ordenado por el César de Roma (Octavio Augusto (63 a. C- 14 d. C), siendo Cirino gobernador de Siria. Al llegar a Belén no encontraron posada, refugiándose en un pesebre donde María dio a luz y José envolvió al niño con pañales.

El protoevangelio de Santiago (siglo II) y el evangelio de Pseudo-Mateo (siglo VII) son dos textos apócrifos que nos ofrecen más datos sobre la Natividad. Los artistas han recurrido a ellos a lo largo de los siglos para representar el nacimiento de Jesucristo. La iconografía cristiana, debido a la ausencia de datos de los evangelios canónicos sobre determinadas cuestiones, ha acudido a otras fuentes para plasmar las distintas escenas del nacimiento del niño Jesús. El citado protoevangelio: “Llegaron a la mitad del camino, y María le dijo: José, bájame del asno porque lo que hay en mí, me da prisas para nacer. Allí mismo la bajó y le dijo: ¿Dónde te podré llevar para proteger tu pudor? Porque este lugar es un desierto. Encontró allí una cueva; la llevó dentro, la dejó en compañía de sus hijos (según este relato cuando José tomó a María era viudo, y había tenido otros hijos en su primer matrimonio) y se fue a buscar una comadrona hebrea en la región de Belén. Yo, José, caminaba y no caminaba. Miré a la bóveda del cielo y vi que estaba inmóvil. Miré al aire y lo vi atónito, y a los pájaros del cielo, quietos. Miré a la tierra y vi una vasija. Y los que estaban masticando no masticaban, y los que tomaban algo no lo alzaban y los que llevaban algo a sus bocas no lo llevaban. Sin embargo, los rostros de todos estaban mirando hacia arriba. Y vi que unas ovejas eran conducidas, y las ovejas estaban inmóviles. Y el pastor levantaba la mano para golpearlas, y su mano estaba alzada pero inmóvil. Y miré a la corriente del río y vi los hocicos de unos cabritillos que estaban sobre el agua y no bebían. Todo, en un instante, volvió a recuperar su curso. Y vi que una mujer bajaba de la montaña y me dijo: Hombre, ¿a dónde vas? Y le dije: Busco una comadrona hebrea. Ella me respondió: ¿Eres de Israel? Le dije: Sí. Ella dijo: ¿Y quién es la que está dando a luz en la cueva? Yo dije: Mi desposada. Me dijo: ¿No es tu mujer? Le dije: Es María, la que se crió en el templo del Señor. Me tocó en suerte como mujer pero no es mi mujer, sino que su concepción es obra del Espíritu Santo. La comadrona le dijo: ¿De verdad? José le dijo: Ven y mira. Partió con él y se detuvieron en el lugar de la cueva. Y una nube muy oscura cubría la cueva. Dijo la comadrona: —Hoy mi alma ha sido engrandecida, porque mis ojos han visto hoy prodigios, pues ha nacido la salvación para Israel. De repente la nube se retiró de la cueva, y apareció una gran luz en la cueva de tal modo que los ojos no la soportaban. Al poco, aquella luz se retiró hasta que apareció un niño. Vino y tomó del pecho de María su madre. La comadrona gritó y dijo: ¡Qué grande es el día de hoy para mí, porque he visto este asombroso prodigio!”.

Respecto de la fecha en que se conmemora el nacimiento de Jesucristo, 25 de diciembre, y aunque haya hecho fortuna la hipótesis que la vincula a la fiesta pagana del solsticio de invierno, que habría sido cristianizada ya en el siglo IV haciéndola coincidir con la Natividad —una idea que nunca fue formulada antes del siglo XVII—, parece más cierto que las primeras comunidades cristianas, al menos desde el siglo II, celebraban ya la Navidad el 25 de diciembre como desarrollo de una piadosa creencia judía que pertenecía al marco cultural en el que se desarrolló el cristianismo primitivo.

Según esa idea, los grandes profetas —y Cristo indudablemente lo era— morían el mismo día del año en que se había producido su concepción. Puesto que se sabía la fecha de la muerte de Cristo en la cruz, en el día previo a la pascua judía, y se estipuló que ese día correspondía al 25 de marzo, se dedujo que esa era también la fecha de la Encarnación o Anunciación, como se ha celebrado desde tiempo inmemorial. Una vez establecida la fecha de la Encarnación, el nacimiento del Salvador hubo de producirse nueve meses después, el 25 de diciembre. Parece que fue el gran crecimiento del cristianismo en el siglo III el que llevó a las autoridades romanas a tratar de contrarrestar el auge de la Navidad con la promoción de unas fiestas paganas en torno al solsticio del invierno, vinculadas a los cultos mitraicos. En todo caso, se trata de una cuestión debatida que no incidió en absoluto en la iconografía navideña del arte cristiano, siempre vinculada al más crudo invierno.
Por otra parte, desde hace siglos ha quedado instaurada la tradición de los tres Reyes Magos pero en el evangelio según san Mateo, único que hace mención a este episodio, no se habla de reyes sino de magos. Tampoco se alude al número de ellos simplemente se dice unos magos: “Nacido Jesús en Belén de Judea, en tiempos del rey Herodes, unos magos procedentes del Oriente llegaron a Jerusalén, diciendo: “¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto su estrella en el Oriente y venimos a adorarle». Al oír esto, el rey Herodes se turbó y toda Jerusalén con él. Y reuniendo a todos los príncipes de los sacerdotes y escribas del pueblo, trataba de averiguar de ellos el lugar donde nacería el Cristo. Ellos le respondieron: «En Belén de Judea, pues así está escrito por el profeta: “Y tú, Belén, tierra de Judá, de ningún modo eres la menor entre las principales ciudades de Judá; porque de ti saldrá un caudillo que regirá a mi pueblo Israel». Entonces Herodes llamando en secreto a los magos averiguó de ellos con exactitud el tiempo de la aparición de la estrella. Y enviándolos a Belén, dijo: «Id e informaos con diligencia acerca del niño; y cuando le encontréis, avisadme, para ir yo también a adorarlo.» Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y la estrella que habían visto en Oriente iba delante de ellos, hasta que se detuvo sobre el lugar donde estaba el niño. Al ver estrella se llenaron de una inmensa alegría. Y entrando en la casa; vieron al niño con María su madre y, postrándose, le adoraron; abrieron sus tesoros y le ofrecieron presentes de oro, incienso y mirra. Avisados en sueños que no volvieran a Herodes, regresaron a su tierra por otro camino”.

Cronológicamente la visita de los Magos se sitúa en torno al año 7 a C. porque en esas fechas apareció la conjunción astral en el cielo vespertino aludida por el evangelio de Mateo. Los tres Reyes Magos encarnan tres fases de la vida del hombre: juventud, madurez y ancianidad. De aceptarse la fecha que se propone para la visita de los Magos, habría que suponer que el nacimiento de Jesús esté retrasado siete años, ya que hasta el siglo VI no se estableció una relación entre la vida de Jesucristo y los cómputos vigentes del tiempo. En cuanto a la representación del belén, todos sabemos que dentro del portal se encuentran el niño recién nacido con la Virgen y San José, junto con la mula y el buey. Estos animales aparecen en el Antiguo Testamento, en concreto en el capítulo I de Isaías que dice textualmente: “El buey conoce a su dueño, y el asno el pesebre de su señor”.

El origen del belén está en Italia. San Francisco de Asís comenzó con esta tradición en la Nochebuena de 1223. A través de la orden de los franciscanos y de las clarisas la representación del belén pasó al resto de Europa. La historia cuenta que San Francisco, recién llegado de Roma, donde el Papa Honorio III le había concedido el reconocimiento de la orden franciscana de la que era fundador, coincidiendo las fechas con la Navidad y tras recibir la autorización papal, dispuso en una pequeña gruta de la aldea de Greccio un pesebre con un poco de paja y las imágenes de San José, la Virgen y el Niño acompañadas por un buey y un asno vivos, celebrándose allí mismo la misa de Nochebuena. La leyenda afirma que, en el momento de la consagración, se obró un milagro ya que la imagen del Niño cobró aspecto de carne mortal.

El belén se difundió a través de la orden franciscana a los lugares donde iban ejerciendo su apostolado. La espiritualidad de San Francisco pretendía acercar la doctrina cristiana a las personas más sencillas, por tanto el belén era algo que podía encajar en la vida de las capas más humildes, al haberse humanizado y popularizado, sin perder por ello su carga religiosa. Tras la misa del santo, todas las iglesias de la orden adquirieron la costumbre de instalar un Nacimiento durante los días de Navidad. Paulatinamente fue adoptado por el resto de órdenes religiosas, la segunda orden franciscana, la de las Clarisas, colocaba únicamente al niño Jesús en la cuna con vestiduras ricas.

En España se conservan belenes muy antiguos en algunos templos y monasterios de clausura como el llamado Belén de Jesús de la Sang en la iglesia de la Asunción de Palma de Mallorca, realizado en el siglo XV. El citado nacimiento está considerado el belén en uso más antiguo de la cristiandad, siendo declarado en 2003 Bien de Interés Cultural. La popularización de esta costumbre vino de la mano de Carlos III, que antes de ocupar el trono español fue rey de Nápoles bajo el nombre de Carlos VII desde 1734 a 1759. Nápoles en esa época era la ciudad más importante de Italia y la tercera más poblada de Europa (detrás de Londres y París) con 300.000 habitantes. El primer belén se colocó en Madrid en el palacio del Buen Retiro, por tanto Carlos III siguió la tradición napolitana.

En el palacio Real de Madrid se conserva un magnífico conjunto del siglo XVIII llamado Belén del Príncipe, cuya visita es gratuita durante las navidades. Algunas de sus piezas fueron directamente traídas por Carlos III, aunque posteriormente su hijo Carlos IV se encargó de seguir adquiriendo figuras para agrandarlo y embellecerlo. La nobleza emulaba a la realeza, por lo que la aristocracia española comenzó a comprar nacimientos napolitanos. Poco a poco la costumbre se extendió a todos los estamentos sociales hasta convertirse en un fenómeno popular y consustancial a la tradición católica que, a pesar de los enormes cambios sociales, ha llegado en perfecto estado de salud al siglo XXI.

Belén del Principe. Siglo XVIII. Palacio Real. Madrid.

Maravillosa descripción Bárbara.
Como siempre encantada de leerte. Beso enorme
Muchas gracias May. Un fuerte abrazo.
Gracias, es una maravilla el artículo!
Muchas gracias por tus palabras. Un abrazo.
Excelente información desde el punto histórico, muy valioso, gracias por compartir
Gracias Bárbara, excelente artículo y muy bellas pinturas.
Felices Fiestas