Los bandidos españoles


          “Los escritores saben que en el relato de un viaje por España se espera la aventura de bandidos lo mismo que en una novela de la señora Ratcliffe; estos efímeros libros están principalmente compuestos de «grandes acontecimientos», de manera que los autores ensartan todos los horrores tradicionales que circulan y que pueden amontonar sobre los caminos españoles, alimentando y manteniendo de esa manera la idea que existe en muchos condados de Inglaterra, de que la Península está totalmente poblada de bandidos. Y los que tal creen, no piensan que, si esto fuera cierto, sería imposible la vida de relación, y que si casi todos los que cuentan las aventuras han escapado de ellas por milagro, lo mismo les ocurrirá a otros.

Francisco de Goya. Asalto al coche. 1793 Colección particular.
Francisco de Goya. Asalto al coche. 1793. Colección particular.

          Nuestros ingeniosos vecinos, cosa extraña en un pueblo tan valiente, tienen una verdadera bandidofobia, pues, según lo que se les dice en letras de molde a los papanatas de París, todo el temerario que piensen tomar asiento en la diligencia española debería antes, a toda costa, hacer su testamento, como cuatro siglos atrás se hacía al salir en peregrinación para Jerusalén. Es muy posible que esto sea una idea de la diplomacia francesa, la cual siempre se ha distinguido por sus ocultas intenciones, y puede convenirle propalar ese rumor, como hacen los monederos falsos cuando corren la voz de que ciertos lugares están habitados por fantasmas, para evitar que otros vayan y asegurarse así una pacífica posesión. Es posible también que la superabundancia del esprit francés preste color y substancia a cosas insignificantes en sí mismas, como un pintor que esté pensando en las musarañas junto a la chimenea convierte las cenizas en castillos monstruos, y otros seres imaginarios, o también puede ser que, como la conciencia hace a todo el mundo cobarde, estos señores vean realmente un bandido en cada arbusto de España y esperen ver surgir de detrás de cada roca un ministro vengador que lleve en el bolsillo una lista de todos los vasos sagrados, Murillos, etc., que se echaron de menos después de la invasión de sus compatriotas.

Manuel Barrón y Carrillo. Emboscada a unos bandoleros en la cueva del Gato. 1869. Museo Carmen Thyssen. Málaga.
Manuel Barrón y Carrillo. Emboscada a unos bandoleros en la cueva del Gato. 1869. Museo Carmen Thyssen. Málaga.

          Sea como quiera, lo cierto es que, incluso un hombre tan avisado como monsieur Quinet, un verdadero doctor Sintaxis, llena páginas enteras de su libro Vacances 1 con sus constantes temores, aun cuando por haber llegado al término de su jornada, sin ningún accidente, bien que no sin miedo a ellos, le pasase por la mente la idea de que el coco sólo existía en su imaginación, mostrando con esto en su agradable libro un modo de ser que, a lo menos en Inglaterra, no inspira interés ni respeto, pues no se considera muy heroico el exceso de precaución.

Francisco de Goya. El atraco. 1776-1778. Colección particular.
Francisco de Goya. El atraco. 1776-1778. Colección particular.

        Hay que convenir también en que es muy fácil equivocarse respecto a la respetabilidad y carácter de muchos españoles cuando van de viaje, a no ser que lo hagan en un carruaje público, pues, como hemos indicado en el capítulo noveno, al ponerse en camino, abandonan a la mujer y la levita y visten el traje nacional, que es muy parecido al que usan los bandidos de melodrama, y, por tanto, no es extraño que se les tome por uno de ellos, pues, además, casi todos son morenos, tienen los ojos negros y penetrantes, el pelo desgreñado, y, en caso de viaje, prescinden de la toalla y la navaja; una barba sin afeitar da, no sólo en España, un aspecto tenebroso, que aumentará seguramente si el individuo lleva un fusil y un cuchillo. Además, estos señores así trajeados, tienen la costumbre de quedarse mirando fijamente por debajo del sombrero gacho, cuando pasa por su lado un extranjero, vestido para ellos de un modo raro, que excita su curiosidad y suspicacia, y, naturalmente, es un poco difícil distinguir a la oveja del lobo cuando los dos van disfrazados con la piel del primero, es decir, con una zamarra, un caballero español que en su pueblo sería un modelo de ciudadanos, o un respetable tendero pacífico, ejemplo de burgueses inofensivos, se aparecerá, cuando salga a una excursión comercial, como el Bravo de Venecia u otros héroes de este estilo que atemorizan a los chicos en los teatros de pueblo. Comoquiera que desde niños estamos oyendo que viajar en este países cosa imposible, resulta que muchos de nuestros compatriotas creen, de buena fe, que en la Península sólo se pueden encontrar ladrones, y exageran su número de modo extraordinario, como los lenceros de Falstaff; y los supuestos Rinaldo Rinaldinis se alarman probablemente aún más por tomar también a nuestros compatriotas por ladrones, y este mutuo error continúa hasta que ambos explican su ligera equivocación sobre su mutuo carácter e intenciones.

Leonardo Alenza. Escena de bandidos. Hacía 1844. Museo de Bellas Artes. Bilbao.
Leonardo Alenza. Escena de bandidos. Hacía 1844. Museo de Bellas Artes. Bilbao.

        Aun cuando nosotros no hayamos nunca confundido a los pacíficos buques mercantes españoles con corsarios o navíos de guerra, ellos han cometido más de una vez esta injusticia con nosotros; y, probablemente, se nos hizo este honor a causa de la atención que pusimos en imitar el traje y el porte de su gran Rob Roy y en su propia patria, lo cual, para uno que quisiera acometer, en aquellos días, largas y solitarias cabalgadas a través de la Península, era una enorme ventaja.

Eugenio Lucas Velázquez. Paisaje con contrabandistas.1861. Museo Lázaro Galdiano. Madrid.
Eugenio Lucas Velázquez. Paisaje con contrabandistas.1861. Museo Lázaro Galdiano. Madrid. 

          Pero aun en aquellos tiempos de más peligro, los robos eran la excepción y no la regla, a pesar de las detalladas y precisas relaciones de indígenas y extranjeros, tan exageradas las unas como las otras. En realidad, esas conversaciones son el plato obligado, el tópico común de todos los viajeros de la clase baja, cuando charlan y fuman alrededor del fuego de la venta, y constituye la natural y agradable religio loci, la natural compañía en los lugares salvajes y llenos de asesinos. Y aunque el placer de los narradores va mezclado de miedo y de dolor, se complacen en esas historias como los niños con las de duendes. Su imaginación oriental corre parejas con su credulidad, y concluyen por creerse sus propias invenciones, a fuerza de repetirlas. Cuando en realidad se comete un robo, la noticia se extiende por todas partes y va ganando en lujo de detalles y de feroces pormenores, pues no hay cuento de arriero o andaluzada de marinero que pie/da al correr de boca en boca, y la misma horrenda historia (aunque sólo hayan variado los nombres, las fechas y los lugares) se cuenta en otros muchos sitios, como ocurría en los tiempos medievales con un milagro frailuno, multiplicándose así infinitamente. Y se habla del suceso por meses y meses en todo el país, y, en cambio, nadie recuerda los miles de viajeros que recorren diariamente aquellos parajes sin que les ocurra nada.

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Eugenio Lucas Velázquez. Bandoleros. Hacia 1860. Museo Nacional del Prado. Madrid.

          Ocurre con esto como con la lotería: que todo el mundo se fija en el premio gordo sin prestar atención a la infinita mayoría de los no premiados. Las historias de ladrones llegan a las ciudades y a oídos de gentes respetables que nunca se movieron una legua más allá de las murallas y que simpatizan con todo el que se expone por obligación a los grandes peligros y penalidades de un viaje, esforzándose con la mejor buena fe en disuadir de su propósito a los temerarios aventureros que intentan afrontarlos, dando como seguras las aprensiones de su credulidad y su imaginación.”

Richard Ford. Cosas de España. El país de lo imprevisto. Madrid. Jiménez Fraud. 1922. pp. 49-53.

Richard Ford  (1796-1858) fue un  escritor y viajero inglés. Nacido en el seno de una familia de clase alta, fue educado en la universidad de Oxford. En 1830 se trasladó a España acompañado de su mujer, estancia que se prolongó durante cuatro años. Tras su viaje escribió Manual para viajeros por España y lectores en casa publicado en 1845. Un par de años más tarde vio la luz Cosas de España: el país de lo imprevisto, del cual hemos extraído este curioso pasaje dedicado a los famosos bandidos españoles. Los libros de Ford están considerados obras maestras  dentro del género de la literatura de viajes, a lo que se debe añadir que el autor dibujó muchos de los lugares que visitó, lo que representa a día de hoy una importante fuente histórica.

Richard Ford. Puerta de Triana. 1830. Sevilla.
Richard Ford. Puerta de Triana. 1830. Colección particular.

2 Comentarios

  1. STELLA CERON R. dice:

    Excelente

    1. Bárbara dice:

      Muchas gracias.

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